Podría empezar diciendo que soy una persona muy proactiva y muy resiliente. Podría proseguir añadiendo que me entusiasma la idea de integrarme en un equipo de trabajo como el vuestro. Porque un equipo genera sinergias, y estoy convencido de que en condiciones óptimas esas sinergias pueden traducirse en la fórmula 1+1=3. Pero todos los resultados de Google coinciden en que esta es una pregunta trampa, y no me parece nada bien que empecemos trampeando, de modo que quiero ser totalmente franco. Vosotros ofrecéis un trabajo, necesitáis quien lo haga. Ese alguien podría ser yo. Sé hacer ese trabajo, puedo aportar referencias, si necesitáis muestras os las haré llegar encantado. Si me dais el trabajo, me levantaré temprano, cogeré el metro, haré transbordo, me plantaré frente al ordenador y durante ocho o nueve horas diarias interactuaré con mi equipo, y juntos escribiremos cosas como:
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Cosas como:
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Luego me marcharé a casa. Todos nos marcharemos a casa. Caerá la noche, las oficinas quedarán vacías. Habremos aportado nuestro tiempo, nuestro esfuerzo.
Eso es, en definitiva, lo que puedo aportar al puesto de trabajo.
Así están las cosas y no sé qué podemos hacer para cambiarlas, de modo que yo haré el trabajo, vosotros me pagaréis por él. Todos tenemos unas necesidades y me parece muy conveniente que las satisfagamos. Todos somos grandes profesionales y todos somos Accountant Managers y Design strategists y expertos en branding y en imagen corporativa. Pero no hay que olvidar que todos somos también un señor un poco calvo y un poco quemado al fondo de una oficina. Un señor asexuado y de edad indefinida sentado frente a su monitor, el bolígrafo colgándole de la boca. Ese señor efectúa pulsaciones en un teclado e interactúa con su equipo de trabajo. Ese señor tiene días buenos y días no tan buenos, pero siempre acude a trabajar y se comunica con sus compañeros incluso cuando no le apetece, incluso cuando le caen mal. Todos somos ese señor multiplicado por infinito y por infinitas oficinas. Y lo que hace ese señor constantemente es lo que hacemos todos. Y lo que hace ese señor constantemente es consultar una y otra vez su reloj de pulsera, porque lo que quiere con todas sus fuerzas ese señor, lo que más desea en el mundo ese señor, es marcharse a casa. Sucede que los deseos de ese señor son perfectamente irrelevantes, de modo que ese señor se arma de valor y escribe:
Consiga su tarjeta de socio gratuita y acceda a regalos exclusivos.
Y luego escribe:
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Y así va pasando la vida. Porque ese señor necesita dinero, de ahí que ese señor esté motivado. Ese señor es un esclavo, ese señor no os va a fallar. Lo que no me parece sensato es arrancarse a pedir milagros. Porque qué proactividad, qué resiliencia cabe esperar de un señor cada vez más calvo, cada vez más quemando. Con esos horarios. Con ese sueldo. Con la factura de la luz y el gas desorbitándose, con la hipoteca quebrándole las espaldas. Qué clase de sinergias puede generar ese señor cuando todos los miembros de su equipo arrastran los pies como él cada vez que suena la sirena, siempre con sueño atrasado, siempre con los riñones crujidos. Necesito que penséis en ello detenidamente. Necesito una conclusión meditada y rigurosa. La conclusión es que en estas condiciones, la sinergia del 1+1=3 es prácticamente imposible. La conclusión es que en estas condiciones no hay que extrañarse de que las sinergias se traduzcan en 1+1=0, en 5+5=2, en 50+50=13, que viene a ser lo que sucede casi siempre. Cuantos más esclavos apiñas, más frustración, más resentimiento, más conflictos. En especial si los alienas vendiéndoles una película demencial. Si empezamos negando lo básico, estamos concediendo que habrá más mentiras. Que habrá golpes bajos y puñaladas por la espalda y un largo etcétera de judiadas y miserias. Al final no podremos sorprendernos de que el equipo al completo esté calvo y quemado. De que el trabajo resultante sea un desastre, de que la empresa marche cada vez peor. Al final no tendremos derecho a extrañarnos de que cada señor calvo y quemado tenga la impresión de estar entregando su vida a cambio de nada, de que se sienta asqueado y vacío, de que cada tanto le entren ganas de saltar por el balcón. Porque ese señor nunca ha sido libre, ese señor está atado. Tan bien atado está el esclavo que va a tratar de hacerlo bien. Lo que quiero decir es que ese señor podría ser yo. Lo que quiero decir es que haré lo que me mandéis, pero es importante que empecemos nuestra relación con buen pie, vale ya con la proactividad, vale ya con la resiliencia. Reconoced que a vosotros también os da la risa. Reconoced que sois los primeros en enrojecer de rabia cada vez que el jefe os sale con estas chorradas después de otra congelación salarial.
Esta historia lleva ya demasiado tiempo en marcha y todos empezamos a estar un poco demasiado calvos, un poco demasiado quemados. No sé bien cómo hemos llegado a esto, pero es preciso que acabemos cuanto antes con todas esas ficciones que nos hacen la vida imposible. Necesitamos combatir las alucinaciones y vencerlas, necesitamos barrerlas del lenguaje y de la realidad. Necesitamos volver a identificar el trabajo como el calvario que siempre fue, desenterrar el sentido común, arrojar a la basura los embustes que lo sepultan. Dialogar entre nosotros, reconocernos como esclavos. Somos una mayoría silenciosa, su fuerza radica en nuestra pasividad. Nos queda el consuelo de que la película no termina bien para nadie. Nos queda el consuelo de que a quienes se creen la película, la película también les reserva un montón de sorpresas. La película de la entrega absoluta al trabajo y del triunfo es una película muy vieja, para cuando nosotros nacimos ya había caducado. La película de la entrega absoluta al trabajo y del triunfo termina como todas las películas cuando no las cortas, en un cementerio, y haríamos bien en darnos por enterados. Trabajamos en oficinas, nos pagan mal, malgastamos nuestras vidas, es lo que hay. Sincerémonos, tratemos de hacérnoslo llevadero. Sólo así estaremos avanzando en la dirección correcta para generar unas sinergias capaces de materializar ese mito del 1+1=3, del 10+10=80, del 100+100=9.000. Sólo así lograremos que el equipo funcione, que la comunicación fluya. Sólo así tendremos una posibilidad de disparar al infinito la rentabilidad de la empresa. Acaso esta higiene del lenguaje constituya también un primer paso para romper las cadenas que nos mantienen amarrados a nuestros escritorios, devorando nuestro tiempo, socavando nuestras energías. Acaso esta higiene del lenguaje consiga poner punto final a esa rutina espantosa que nos devuelve a casa tan perjudicados que necesitamos tres vodkas y un Orfidal para arrancarnos los malditos catálogos de la cabeza.
Al parecer preferimos seguir sonriéndonos como si no pasara nada. Al parecer preferimos seguir embutiendo cargos altisonantes en nuestro currículum como si de veras importara. Seguir engañando y engañándonos con la resiliencia, con la proactividad.
Luego nos desparramamos frente al televisor, respiramos hondo. Frente a nosotros flotan sentencias que dicen:
Las últimas novedades y promociones a precios muy competitivos.
Y:
Un grupo multidisciplinar integrado por profesionales formados en las agencias más creativas del país.
Y todas las demás sandeces que hemos escrito a lo largo del día, que ahora se estrellan contra nuestras caras como una olla de cocido podrido.
Sé que hay un humano leyéndome, esto es importante, tío.
Ojalá seas capaz de comprender lo que te digo y ojalá sea precisamente eso lo que puedo aportar al puesto de trabajo: un mínimo de sensatez. Y ojalá pudiera seguir escribiendo hasta convencerte. Pero el WiFi del vecino viene y se va, el formulario me advierte de que sólo me quedan cuarenta y nueve caracteres, estoy bastante desesperado. Te juro que sé hacer el trabajo, necesito el dinero. Por favor, contrátame.