Me ofrecieron elegir entre una escasa y espesa oferta inmanente del poder, aunque sin poder utilizar vocablos para enmendarle palabras a la realidad.
Aquella realidad atolondrada y trapacera, embaucadora de ímpetus.
De esos ímpetus necesarios para calentar, requemar e intentar que floreciese la confianza.
Una confianza masticada y rota, pero esencial en una compartimentada y compartida igualdad.
¡Maldita igualdad inane que nunca ha osado decir nunca!
Sabemos que nunca hubo tantos magníficos elefantes vencidos por aparentes elegancias, siendo esas hermosuras el contraste de los ocultos descabellos de los becerros.
De esos fieros becerros que embisten con lozana juventud nuestra retraída cordura…
…mi cordura, declinada y desinflada, aflojada y maltrecha, mi cordura asíncrona.
Asíncrona, pero rebullente, como pérfida fruta podrida para mis sienes.
¡Sin sienes escuchantes me desearía para no encandilarme de miedo!
El miedo… Ese gusano que carcome y espuma balbuceos en mi miserable dicción…
Contra esa dicción suya con la que me regurgitaron grisuras en los días y me mancharon de atardecientes desdichas.
Unas desdichas originadas por machacadas emisoras expansoras de vulgares venturas.
Aquellas venturas que fueron vaticinios de los disfrazados elefantes mentirosos.
¡Fueron mentirosos quienes me galanearon, confundieron y sedujeron para elegir!
Y, como nunca, como siempre, no supe decir no más siempre.
No acerté a decir nunca.