El regalo de Fernando

Sin astrolabio, brújula ni sextante

He saludado a Fernando en el Ifema de Madrid. Aunque pude ver el muestrario que él lleva a la Feria, apuntó que debería conocerlo completo, con más tranquilidad, en Barcelona. Así podría traerme las joyas al gusto de mis clientes. Tendría que ir unos días a Barcelona, claro. Él invitaba. Dije que vendría mi marido. Sonrió. Respondió que no había presupuesto para tanto. Sonreí también. Continuamos viendo joyas. La chica auxiliar del stand dijo que iba a no sé qué cosa. Se largó. Nos dejó solos. No volvió. 

Me convenía y me apetecía el viaje a Barcelona. Aproveché para comentárselo a mi marido en el momento oportuno. Siempre hay ese momento que es el oportuno. Él me animó. Llamé a Fernando loca de contento. Él también se alegró. Recibí el billete de ida y vuelta por cuenta de la empresa. Fueron tres días de locura, de desenfreno. Al regreso, mi marido tardó cinco días en descubrirlo. Ocurrió al salir de la ducha.

—¿Qué es eso? —Y jugó, enredando con el dedo. Fernando había mandado anillarme el labio izquierdo con un aro. 

—Es un regalo de Fernando, respondí. 

Dejé que él, curioso, lo volteara echándolo hacia un lado y otro. Le dije que me lo había aplicado el mejor profesional de Barcelona, amigo de Fernando y delante del propio Fernando. Y que no dolió nada. 

Mi marido es liberal. Pero le oculté que Fernando quería repetir el regalo en mi próximo viaje. El nuevo aro iría en el labio derecho.  


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