Nadie me conoce, se dijo, atravesando el vestíbulo del hotel con las manos en los bolsillos mirando a su alrededor. Ningún miembro del grupo que hablaba animadamente a su lado lo saludaba ni se dirigiría a él azuzándole para que contase anécdotas y reírse a carcajadas de sus ocurrencias.
¡Tanto como lo habían alabado al entregarle el premio al mejor compañero, y ahora se sentía insignificante entre aquella gente extraña!
A él, que era siempre el protagonista de todos los eventos, nadie sería capaz de distinguirlo entre el montón de cuerpos anodinos que se movían bañándose en la playa o bebiendo cócteles en el bar.
Durante las comidas trataba de estar alegre y locuaz, intentando atraer la atención del resto de los viajeros, ocuparles el pensamiento, instigarles a que lo admiraran, hasta que comprobó que su chapoteo de hombre bromista moría a los pies de aquellos interlocutores desconocidos.
Cansado, abandonó la actitud y el comportamiento que lo habían elevado a la categoría del ser más divertido del trabajo, de la familia, de las amistades; un reconocimiento que pagaba con bufonadas y chistes en todas las reuniones, como quien compra a plazos una gran propiedad que le hipoteca de por vida.
Al principio de la representación de su nuevo yo, le resultaba rígida la máscara de hombre serio. Sin embargo, a medida que pasaban los días, notaba que la sombra de miles de risotadas se desprendía de sus hombros como una capa pesada y espesa.
No tardó en darse cuenta de que se identificaba con ese individuo invisible; que le gustaba acomodarse en el salón con expresión dubitativa y contemplar el mundo desde él mismo, desde su propia superficie, bajo la cual apenas afloraba, sordo, el recuerdo del hombre que habían construido los otros con una argamasa de carcajadas esculpidas a martillazos sobre su persona.
Al regreso del viaje lo recibieron en la oficina gritándole lo aburridos que habían pasado aquellos días y cuánto le habían echado de menos. Él como un autómata contó sus vacaciones envolviendo en mentiras divertidas sus andanzas e inventando historias para jolgorio de los demás, pero en los ojos le ardía el fuego de la rabia de aquel con el que se había reencontrado.