Dicen que el boj es un arbusto muy usado en alguna comarca del nordeste para asar castañas directamente a la llama viva de un fuego. La sartén, agujereada en su base, deja pasar la llama y tuesta las castañas que quedan tiznadas y blandas. Muy apetitosas. El boj está recién cogido y por lo tanto verde. Humea y tizna.
De todos modos, el boj tiene otros usos. Sencillamente, se coloca en un jarro de cristal -sin agua, claro- y llena de luz el lugar donde se sitúa. El boj es de tallo leñoso y no requiere agua para mantenerse durante unas semanas.
Así, dispuesto encima de alguna mesa o estante, no humea pero su verde intenso y brillante recuerda la fragancia del fuego y el ímpetu del bosque mediterráneo.
El boj es luz. El boj es suavidad. El boj es pequeñez, opacidad, redondez, elegancia, sencillez…, aunque puede competir con las rosas más fragantes.
Los niños acostumbraban a jugar con los troncos de boj y, sin que nadie lo supiera, tallaban imágenes de sus héroes y se fijaban cómo los viejos curvaban sus troncos para elaborar un bastón, no de mando, sino de apoyo para andar por caminos tortuosos o empinados de los contornos del lugar.
Ahora, los niños, prefieren ir al río a pescar cangrejos y llevarlos a casa para la merienda. Pero el bosque sigue estando lleno de boj. Esperando su destino.