Como ustedes tienen festividades, celebraciones y trofeos para todo y para todos, no es de extrañar que celebren también un día del amor. Para que me entiendan: un sapo copula por mandato de la naturaleza y no hay necesidad de demostrar al prójimo más afectividad que la justa para perpetuar la especie, eso sí, dentro de un ritual de apareamiento cuidadosamente preparado. Schopenhauer pensaba que ustedes cumplían a la perfección con este mandato de la physis, casándose y teniendo hijos, es decir: ustedes, según este insigne pesimista, en la certeza de que, por propia voluntad, se aparean con la ayuda de toda suerte de adminículos, en forma de regalo con lacito o dildo musical; estarían engañándose a sí mismos. Nada de eso es amor. Les reto a que mediten sobre la razón por la que el corazón de ustedes tiene forma de sapo. Y por qué las razones del corazón no las entiende la cabeza, y por qué no se manda en el corazón, y por qué es mejor cien corazones volando que uno en la mano, y por qué cuando te trasplantan el corazón sigues amando a la misma persona, y por qué se vive mejor a lo loco, y por qué la compleja situación de la economía provoca que se divorcien ustedes por un quíteme allá esas pajas.
Para qué seguir ¿verdad? Es decepcionante, o peor aún, denigrante, observarles en esa tarea extemporánea de demostrar que se aman, cuando lo único que sucede es que la naturaleza les impone una necesidad de amarse que ustedes no necesitan.