Muchas de las palabras de nuestro rico léxico tienen un trasfondo acuático, casi siempre marino. Todo se debe a esa época —bárbara, pero imaginativa— en la que las expresiones gruesas estaban mal vistas en los medios impresos. Y los tebeos —sobre todo los tebeos—, en vez de llamar a las cosas por su nombre, haciendo uso de nuestra enorme variedad de improperios sonoros de alto calibre, se llenaban de imprecaciones leves e insultos ligeros, políticamente correctos.
Así, al igual que en las historias de El Capitán Trueno había “mastuerzos, villanos y bellacos”; a la par que en las publicaciones infantiles y juveniles tipo Pulgarcito se decía “caramba” o “pardiez”, como ejemplos modélicos de expresiones de asombro, también se llamaba al personal con los calificativos de “percebe, merluzo, batracio, pedazo de atún”, muy habituales entonces. Todo perteneciente al ámbito de la fauna marina. De aquí se derivaron también expresiones muy recurrentes y muy nuestras, como “meter la gamba”, “no me junto con morralla”, “eres escurridizo como una anguila”, “te has puesto rojo como un salmonete”, “vas para atrás como los cangrejos”, “cada uno arrima el ascua a su sardina”, “tienes memoria de pez”, “fulanito pilló una buena merluza”, “este es un besugo”, “estás pez en la materia”, “me cago en la mar serena” o “mecachis en la mar”, “mengano es un pez gordo”, “por la boca muere el pez”, etc., etc.
El mar, siempre el mar, como fuente de inspiración.
“Mecachis en la mar.”
Curiosa forma verbal esa: yo mecachis, tú tecachis, él secachis…