Los hombres practican cibersexo contigo, luego apagan el monitor y se precipitan sobre las puercas de sus esposas, y si te he visto no me acuerdo. Nos aborrecéis hasta que nos abrimos de piernas, esa es la verdad, Alberto. Vuestro problema es que, al final, la imaginación sólo os sirve para los videojuegos y para las películas de terror. Vuestro único recurso para sentiros especiales es meterla en nuestros hoyos blandos y húmedos. Y ahora dime qué hago con los míos, hermano. Aquí salida como una perra, las bragas bajadas, despechada por la webcam, la coca pegándome duro en el dorso del cráneo. Queda ginebra, pero qué más nos queda. Quisiera poder decir que me haces compañía, Alberto, pero contigo me aburro un montón. Quisiera poder decir que me siento orgullosa de que seas mi hermano, pero cada vez que te veo ahí sentado frente al ordenador me entran ganas de llorar. La vida no es como tú crees que es, Alberto. La vida no se arregla a golpe de manual. La vida es un enigma complejísimo y tiene infinitas soluciones, y todas están muy por encima de tus posibilidades. Esto no es nada que puedas resolver a fuerza de aporrear un teclado, Alberto. Porque la vida también conlleva infinitos problemas, y en ocasiones logramos sortearlos, pero la mayor parte de las veces no nos queda otra que cargárnoslos a la chepa, y seguir adelante, y doblegar la espalda y trastabillar cada vez más cargados, pero seguir adelante, seguir avanzando por este lodazal que primero te cubre por las rodillas y que más tarde te cubre por la cintura y que tarde o temprano te encharca la boca y te roba la respiración. Los problemas son tantos que a veces estoy convencida de que me han roto la columna vertebral, de que van a desplomarse sobre mí y van a aplastarme la cabeza y se me van a salir los sesos. Todo lo que va a quedar de mí es una sandía estrellada contra el suelo, pero sigo avanzando, Alberto. Sigo avanzando porque es lo que hay, ¿me explico? Con esto quiero decir que ese libro de autoayuda que estás escribiendo nunca va a ayudar a nadie. Con esto quiero decir que tu libro de autoayuda ni siquiera te está ayudando a ti. Con esto quiero decir que eres mi hermano y te quiero, pero que ya no estoy tan segura de que fuera buena idea que te mudaras conmigo. Que cada vez me resulta más difícil entenderte. Censuras que me drogue pero te drogas con tu propio manuscrito. Censuras que practique cibersexo, pero tienes cuarenta y tres años y sigues virgen. Que sea tu hermana no significa que sea tonta, ¿me entiendes, Alberto? Tus soluciones son sabotajes. Dios sabe que lo he intentado. Si anoto mis problemas en un folio no gano nada, Alberto. Si tiro ese folio a la papelera, los problemas no se van. Estoy harta de que me trates como a una perdida, Alberto. Aquí el perdido eres tú, Alberto, tan perdido ya que no puedo más. Estoy harta de lavar los platos, de que me pongas el fútbol para cenar. Deja de hacer cuento, que no te he dado tan fuerte. Si pones una lavadora, mañana te compro otro cenicero. Va, venga, Alberto, que te he visto moverte. Como mínimo podrías contestar.