Después de contemplar con desesperación cómo se trastocaba nuestro mundo afectivo; después de haber aprendido, no sin horror, a leer en las miradas lo que las sonrisas ocultas bajo las mascarillas no nos dicen; después de casi necesitar atarnos a cualquier poste para guardar “la distancia” con quienes teníamos a nuestro lado; adelantándose a la vacuna, han llegado los analgésicos efectos de la costumbre. Su alcance es tan poderoso que incluso hace que nos resulte indiferente todo aquello que nos parecía grotesco o despreciábamos al principio.
El contacto físico, los abrazos, los besos empiezan a pertenecer a otro mundo al que, como un dispositivo técnico obsoleto, hemos arrumbado en un armario.
¿Quién no se ha congratulado, en algún momento, durante este estado de alarma permanente, de la recomendación de la distancia social? Esa excusa que nos exime de tener que rozarnos con gente extraña y sustituir el convencional beso por un saludo a dos metros. ¿Quién no ha agradecido al peligro de los aerosoles el gusto de deshacerse de la obligación de compartir el ascensor con alguna persona desconocida o incómoda? ¿Y la delicia del silencio aconsejado en los transportes públicos? ¿No nos empiezan a gustar las ciudades más tranquilas, sin turistas, más desiertas? ¿Y el descubrimiento del placer de los asientos libres a nuestro alrededor en el cine o en el teatro o de contemplar los cuadros de un museo sin sentir algún aliento a nuestra espalda?
En nueve meses la vida se nos ha dado vuelta como un guante, pero, gracias a las nuevas personas en las que nos hemos convertido, seguimos transitando con firmeza por sus vericuetos, después de haber arrinconado en nuestro corazón muchas de las cosas que antes amábamos.
La pregunta es cómo seremos después que el andamiaje en el que ahora peligrosamente vivimos, desaparezca. Solo nos cabe desear que todas esas partes de nuestro antiguo yo que ahora permanecen anestesiadas por la costumbre resistan, se rebelen e impidan que los jirones de vida que le han arrancado mueran para siempre. Solo nos queda esperar que la tristeza que envuelve un mundo de relaciones a distancia sea el antídoto que nos empuje a recuperar lo que creíamos perdido y olvidemos pronto este mal sueño. Aunque el vacío provocado por tantas ausencias nos seguirá acompañando.