El don de lenguas y la noche de Reyes

Solo, por favor

 

«No se esfuerce en aprender idiomas. Siga nuestro método. Es infalible, económico y eficaz. ¿Se ha preguntado por qué no es capaz de iniciar una conversación con su cuñado de Arkansas, aunque sea por videollamada? ¿O por qué, harto de leer los subtítulos, se salió del cine a mitad de la última película de Woody Allen? Si ya se ha cansado de ser el tonto de la pandilla que asiente con una sonrisa a cualquier chascarrillo de un grupo de guiris que han conocido en un chiringuito de Torremolinos, aún está a tiempo de lucir palmito en la noble lengua de Shakespeare. No tire la toalla y no espere más: llámenos y pruebe nuestro método.
Nuestro método es sencillo y únicamente necesitará prestar atención durante unos breves minutos».

Así de entusiasta narraba el locutor el anuncio por la radio hace unos días. O así creí oírlo minutos antes de quedarme dormido en aquella noche de Reyes.

Desperté al día siguiente, en un enero gris de los de toda la vida. A través de la ventana de la habitación contemplaba alguna hoja revoloteando amarilla mientras oía de fondo al viento ululando. Se me antojaba una mañana fresca. Cerré los párpados dejándome llevar por el remoloneo y me envolví en el edredón sonriéndome, pues no en vano era festivo. Pero poco dura la alegría en la casa del pobre: saltó la alarma mientras dormitaba con la mente en blanco. No me desvelé porque mi alarma solo activa la radio, pero fue suficiente para quedarme atrapado con la afilada voz de John Fogerty, pertrechado por la poderosa Creedence, en una de sus escalofriantes versiones: «I put a spell on you, because you’re mine…». Me soprendí cantando a mitad de la canción «And I don’t care if you don’t want me. I’m yours right now». Canté hasta el final. Por alguna extraña razón, sentí que algo se había activado en el cerebro. Me levanté animado y me dirigí a la cocina sorteando el baño. En pocos minutos me vi preparando un par de huevos revueltos con queso que me sabrían a gloria. Satisfecho, me fui a la ducha, donde me oí repitiendo la canción mientras el agua resbalaba por el cuerpo.

En el barrio aún contamos con un quiosco, donde puedo colmar uno de mis viejos intereses: comprar el periódico para perderme en sus páginas de papel impregnado de tinta. Los domingos suelo comprar dos ejemplares, por aquello de la perspectiva, pero ese día compré dos diarios en inglés. No me importó pagar más, pues me regocijaba leyendo y entendiendo los titulares de las portadas. Y así, regresé a casa y me deleité toda la mañana con la lectura de noticias nacionales del Reino Unido y Estados Unidos.

Fue la primera vez que supe de mi nuevo poder: me había vuelto bilingüe.

Días después, quiso el destino que encendiera el televisor justo cuando en un programa de archivos televisivos sacaban a France Gall. Allí en el sofá me encontré cantando «Je suis une poupée de cire, une poupée de son…». Cuando terminó la canción, me fui a buscar ávidamente algún libro en francés. No encontré nada; «Mon Dieu!», exclamé. Encendí el ordenador y busqué lo primero que me vino a la cabeza. No encontré el Cándido de Voltaire, pero a cambio, di con el breve cuento de Le crocheteur borgne. Y empecé a leer: «Nos deux yeux ne rendent pas notre condition meilleure; l’un nous sert à voir les biens, et l’autre les maux de la vie: bien des gens ont la mauvaise habitude de fermer le premier, et bien peu ferment le second: voilà pourquoi il y a tant de gens qui aimeraient mieux être aveugles que de voir tout ce qu’ils voient… ».

¿Era posible lo que me estaba sucediendo?

No tardaría en comprobarlo.

Ese mismo día busqué aquella canción que hizo famoso a Izhar Cohen ganando Eurovisión a finales de los setenta: «A-ba-ni-bi ‘o-bo-e-bev ‘A-ba-ni-bi ‘o-bo-e-bev ‘o-bo-ta-bakh (Iא-ב-ני-בי או-בו-ה-בב א-ב-ני-בי או-בו-ה-בב או-בו-ת-בך א-ב-ני-בי או-בו-ה-בב א-ב-ני-בי או-בו-ה-בב או-בו-ת-בךcא-ב-ני-בי או-בו-ה-בב או-בו-ה-בב או-בו-ת-בך)». Después hice la prueba leyendo el Tanaj (תנך), pero eso ya me requería tirar de exégesis. Así que probé también con la célebre: «Kalinka, kalinka, kalinka maya! V sadu yagada malinka, malinka maya! (Калинка, калинка, калинка моя! В саду ягода малинка, малинка моя!)», y al rato le eché agallas y leí La historia de una anguila de Chéjov en perfecto ruso. Luego encontré «Vor der Kaserne vor dem großen tor stand eine Laterne und steht sie noch davor. So woll’n wir uns wieder seh’n bei der Laterne woll’n wir steh’n. Wie einst Lili Marleen» y al rato fui al pasaje en que Gretchen muere en brazos de Fausto.

Quince idiomas he aprendido en cuatro días tras escuchar quince canciones.

Ahora, para celebrarlo, voy a escuchar algo que refuerce mi dominio en la lengua de Cervantes. Vamos a ver: «Estoy enamorado de cuatro babies. Siempre me dan lo que quiero, chingan cuando yo les digo, ninguna me pone pero».

Bueo, eso es too, mai darlins, ya tú sabe. Que se me escapa el flou de tanta mandanga, no mamen y denle laiks si no quieen sentilse creisy. Si lo quieen dulo, pongan su unidá de poesamiento neual a funsional y ablan su culo. Hum, hum!

 


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