Compro oro

Lo inquietante


—Es increíble la oferta de «Compro oro» que hay últimamente por el barrio —me comentó mi madre.

Cierto: estuve varios días contando cuántas me encontraba por la acera y descubrí que tenía razón. Hasta tres y cuatro establecimientos con sus carteles en rojo y amarillo, normalmente, anunciando «Compro oro» y luciendo en sus escaparates gruesas cadenas doradas que nunca le veo a nadie por la calle.

—¿Será oro de verdad? —pregunté a mi madre al cabo de varios días mientras tomábamos un café.

—Pues no sé qué decirte.

—¡Qué riesgo debe de ser ir con un cordón así por la calle!

—Son como los que llevan los raperos, y la Rosalía esa ¿no?

Seguí con mi investigación durante las siguientes semanas. No podía quedarme con la duda de por qué había tantas tiendas de «Compro oro», y si lo que vendían era oro real o simplemente bañado y qué precio podrían tener esas cadenas.

Decidí que lo mejor era entrar en uno de esos establecimientos a, supuestamente, comprar y tratar de esclarecer al menos el precio. Escogí uno a dos calles de mi casa, me fijé que no había nadie dentro, así podría entablar conversación tranquilamente con el vendedor, incluso hacernos amigos. Si me ganaba su confianza me contaría todo, hasta la procedencia de ese oro, me dije. Así que me planté delante de la puerta, esperando que él me abriera desde dentro.

Y esperé durante unos segundos con una sonrisa de lado para que confiara en mí desde el minuto cero. Me había puesto una blusa que dejaba ver las tres cadenitas de oro que me había colgado. Las tres eran de mi madre, me las había dejado para esta misión. Si él veía que yo era consumidora de joyas inmediatamente me enseñaría más y más cosas, intentando venderme lo que fuera.

Por fin abrió la puerta, di un paso al frente entonando un «Hola, buenas tardes» de cine y acto seguido noté el empujón más grande que me han dado en mi vida. Caí de bruces encima del vendedor y antes de poder poner las manos en el suelo para levantarme escuché a mis espaldas una voz ronca:

—Esto es un atraco, no hagáis nada que os rajamos.


Más artículos de Rico Sonia

Ver todos los artículos de