Claudio vive solo. Su balcón da a la plaza y siempre le ha resultado anodino mirar desde el balcón a sus convecinos. Considera que los que se pasan la vida agarrados a la barandilla o detrás de los visillos, de espías impertérritos, mejor les vendría un paseíto, aunque fuera solo alameda arriba y alameda abajo.
Él prefiere alejarse del centro y adentrarse en la comarcal que sale hacia el pueblo vecino. Así tiene al alcance un bosquecillo húmedo con riachuelo incluido. Muy campestre lo suyo o muy ladino, según se mire, según se sepa. Porque de hecho arropado entre los arbustos y bajo los árboles esconde un espíritu voyeur que le proporciona distracción en los paseos.
Fija su vista en las parejas que se adentran entre la maleza y no les quita ojo. Contempla sin vergüenza ni mesura a las mozas que se acercan a la orilla del agua refrescándose en las tardes de verano. Y en primavera se le presentan ocasiones mil, ya se sabe.
Ahora, en estos días, ha tenido que cambiar sus costumbres. No puede salir de casa.
Son las reglas. La población debe mantenerse aislada. Claudio es un buen ciudadano; no hay qué decir. Cumple con todas las normas.
Así que renunciando a todas sus consideraciones está aprendiendo a hacer el voyeur desde su balcón. El muy taimado descubre que no está tan mal.
De modo que se aposta a primera hora de la mañana apoyado en la barandilla y se entretiene en el ir y venir de los vecinos que se acercan a la panadería, a la farmacia o a la tienda de comestibles de Paco. Y claro, como la gente hace cola en la calle para no aglomerarse, puede fijarse en quién es quién. Si la vista no le alcanza, usa los prismáticos que para eso los tiene y no solo para vislumbrar las azoteas que ha descubierto que dan mucho de sí.
Las ventanas, cuando las vecinas corren los visillos, abren para ventilar o simplemente para procurar más claridad, también le interesan. En ese caso, vulnera sin amilanarse en modo alguno, la intimidad de sus conciudadanos. ¿Cotilla, curioso, entrometido, indiscreto, intruso…?
Su balcón está tan bien situado que domina la plaza entera, incluso los bancos cercanos a la fuente. Por la noche, cuando esos pocos comercios cierran, la de la mercería enciende la luz.
Se pregunta qué hará Merceditas a esas horas. Y ya lo tienes, a fisgonear de nuevo. A ver qué descubre. ¿Abrirá la puerta? ¿Quién se deslizará a través del marco de la puerta entreabierta? Le harán falta varios días de guardia. Aunque no le preocupa, precisamente opina que le bastará con los que haya.
Claudio no precisa de muchos films ni de ordenadores. Algún libro de su estantería para cuando la actividad flojea; con eso le basta.
No echa ya en falta sus paseos. Este aprendizaje nuevo le está resultando emocionante.
Quién sabe si cuando esto termine volverá a sus costumbres.