Charcas hediondas

El sapo omnisciente

 

I

 

Sale el sol con una intermitencia teledirigida por nubes espantadas con el viento, y así, lentamente, me giro para tomar vitamina D y para reflexionar. Me llega una penetrante fetidez a rumor, a noticia falsa, a denuncia inyectada con el odio y la sed de venganza que solo el género llamado humano es capaz de sentir por su prójimo. Me pregunto por qué razón la palabra “humanitario” proviene de la palabra humano. ¿Acaso no hay nada más humanitario que el hombre? ¿No es cierto que una simple hormiga, colaborando antena con antena con otros miles de su especie es más humanitaria que Vds., dándose de codazos todo el santo día? ¿O es que piensan que pensar es patrimonio del homo sapiens sapiens? ¿Y en qué buena lógica os han puesto como nombre científico el sapiens al cuadrado, cuando la regla general es que aún no os habéis ganado ni el primer sapiens?

 

II

 

Es obvio que Vds., a pesar del esfuerzo ímprobo de una minoría bienintencionada, no son capaces de gestionar ni su propia desesperación sin sacrificar por el camino lo más sagrado; no tienen la suficiente entereza para aguantar los embates del destino sin culpar a sus semejantes de las consecuencias de aquellos. Pero…¡croac! Disculpen, se me ha repetido el moscardón que me he jalado para desayunar. Sí, estos corpúsculos inertes que vagan por el aire con olor a casuística y mala leche son, a no dudar, un sí es no es de hábito cavernícola disfrazado de rozagante libertad de expresión, que esconde una bilis podrida en el abismo del muermo.

 

III

 

Qué lejos quedan ya aquellos tiempos voluptuosos en que podíais, si me permiten la confianza, confundiros en la muchedumbre para discrepar con gozo, y lacerar el tejido social con vuestros desgarros verbales. Ahora tenéis que disimular en público lo que pensáis, convertirlo en una dislalia bienintencionada, en nombre de criterios sesgados de todo orden, y disparadamente, cuando no os aguanta ya ni vuestro padre, ensartar a los demás con digresiones ad hoc. En el capacho de vuestra calenturienta inteligencia no os faltan aforismos de anticuario para asaetear y apuntillar, con un posibilismo exento de la responsabilidad que se requiere en estos tiempos meteóricos y patituertos.

 

IV

 

Los sapos tenemos el paladar muy pastoso,  a causa de una glándula que genera una saliva pegajosa que nos permite cazar insectos con eficiencia. Vuestra lengua, sin embargo, parece estropajosa, y la razón no es otra que la tendencia natural que tenéis a no callar ni debajo del agua. Las miasmas de esta charca en la que me voy a sumergir en breve, comparadas con vuestro aliento milenarista, se pueden beber sin temor a contagiarse de nada.