Carta de amor con niño berreante

Reflejos

 

Había matado al crío que chillaba al menos cinco veces, en su imaginación. Era imposible concentrarse con esos gritos multiplicándose en el hall del hotel. Intentaba escribir una carta de amor, una carta de desencuentro, de nostalgia, de desamor. Los berridos ya zumbaban antes de que abriese la tapa del portátil, pero pensó que enmudecerían pronto o que la madre saldría a la calle a que le diera el fresco al enano enrabietado, hasta que se calmase. Mas el niño siguió berreando y la madre se entretenía charlando con una amiga que debía estar sorda. A pesar de todo, porfió en escribir su carta de amor:

»Ya ves, amada huída, que te echo de menos, tanto que estrangularía con mis propias manos a un enano sin sentir absolutamente nada, excepto tu lejanía. ¿Me dejaste tú? No, fuimos ambos. Nos dejamos porque pensamos que nuestro amor estaba agotado. Lloramos un poquito, sí; después nos dirigimos cada cual a sus asuntos, imaginando que empezaba un tiempo nuevo de aventuras apasionadas y libres; mejores que aquella monotonía de amarse un poco cada día, de conocernos todos los rincones y todos los resortes de cada cuerpo.

»Resultó un espejismo, y, cuando quise volver a ti, era como si hubieses huido: me dijeron que partiste sin dejar recado ni dirección de destino. Si sumerjo la cabeza del zagal en un barreño de agua, dejaré de escuchar sus repugnantes bramidos. No te hallé en ningún lugar ni me dieron noticia de ti, por mucho que pregunté. Sólo una vieja amiga de ambos me comentó, como de pasada, que no querías volver a saber de mí, que habías salido de nuestra relación absolutamente agotada. ¿Estaba triste, al menos?, le pregunté a esa amiga, y me respondió, con ironía en la mirada, “la vi contenta…”

»Pero yo te echo a faltar tanto que hoy me he puesto a escribirte una carta de amor y nostalgias. Porque sé que te quiero todavía y me gustaría poder decirte cuánto lamento si hice algo que te alejase de mí. Decirte cuánto nos equivocamos si no supimos distinguir el verdadero amor de la pasión imaginaria. ¡Cuánto daño hace la imaginación cuando se desboca! Y más, aún, cuando el aburrimiento la acecha. Pero ¿sabes?, hoy sé que el verdadero amor puede, como la perfección, disfrazarse de aburrimiento. Pero sólo es eso: un disfraz, una máscara. Debajo esta esa construcción minimalista que llamamos convivencia, es donde el amor crece y madura. 

»El aroma del café invadiendo la cocina cuando la surcan los primeros rayos del día, el adiós apresurado para no llegar tarde al trabajo. Y la caricia renovada, el beso fugaz, la calidez familiar de los cuerpos bajo la frazada, una temperatura consabida y abrazos cabalgados por el aroma conocido que emanábamos. ¿Te diste cuenta de que el olor de nuestra habitación era el puro maridaje de nuestros cuerpos? Era único. No volveremos a ese aroma si no volvemos a encontrarnos. Para mí, hoy lo sé, esa es una pérdida irreparable, ¿lo será para ti?  Quisiera pensar que recuerdas esa fragancia como yo, con esa nostalgia que a veces nos atraviesa el corazón y le confiere el trémulo y doliente desconsuelo de habernos perdido. 

»La madre coge el cuchillo del servicio de mesa y degüella con un gesto, decidido y rápido, al chaval; en el borbotón de la sangre que mana se acallan sus berridos insoportables. Fue la imaginación la culpable de arruinar nuestro amor, de ahogarlo en un aburrimiento estúpido y ficticio. Fue la imaginación la que nos hizo soñar que existía más amor fuera de nuestro hogar que dentro, más amor que el que habíamos construido durante tantos años. Ahora lo sé, ¿lo sabrás tú, allí donde estés?

»Si dejé de quererte, vuelvo a quererte; si dejé de pensar en ti, hoy pienso en ti a todas horas. He llegado a odiar esa imaginación traidora que nos hizo enemigos, tanto como a ese mocoso que lloriquea a tropecientos decibelios. 

»Los días pasan sin ti, se caen del calendario en silencio. Pronunciar un  “te quiero” en el templo de mi soledad, profanado por ese mocoso y su madre impasible, me cuesta tanto que me entran ganas de degollarme a mí mismo y terminar de una vez con el tormento de no tenerte y el insufrible aullido que se multiplica en los ecos de este lugar cerrado. Sin embargo, te quiero y mi imaginación está abierta. 

»Empiezo a mirar el cuchillo de mi servicio con un oculto deseo. Tánatos me sonríe desde el mostrador. Él me comprende. O el niño o yo, que elija. Le ofrezco mi cuello. Aunque estoy seguro de que escogerá al infante demoníaco y berreante para su fatal caricia. Pura justicia divina. Y, cuando eso ocurra, y el nene esté ya vociferando en la barca de Caronte, empezaré de nuevo esta carta de amor con la que ahogo mi dolor, y que espero hacerte llegar algún día, si averiguo a dónde huiste, amada mía. Qué frívolo resulta desaparecer, permíteme que te lo diga. Y qué terrible, al mismo tiempo, el vacío preñado de recuerdos al que me condenaste, quizás, sin quererlo.

»En el altar de tu ausencia te ofrezco el sacrificio de este infante inmolado junto al holocausto de mi imaginación enamorada. 

»Soñaré que no me olvidas y, pacientemente, te esperaré.

»Siempre tuyo,

Josep, en Graus, a 29 de febrero de 2020