Cuidarme, nadie me va a cuidar mejor. Lo ha hecho durante toda su vida y es capaz de detectar mis necesidades antes incluso que yo mismo.
Aún no he probado un arroz con leche más insuperable que el que sale de sus manos. No sé cuál será su toque, pero he comprobado que es irreproducible.
Reconoce mi valía, ya desde pequeñito supo ver en mí lo que, para los demás, es invisible.
Ante mis debilidades siempre me perdona. Cuando digo siempre, es siempre, sin importarle la magnitud de la pifia ni la extensión del desastre.
O
Caray, es que es guapísima. Cierro los ojos y lo primero que se me aparece es su rostro de labios tan reventones y sensuales.
Renglón aparte merece su cuerpo esplendoroso, de carnes suaves y apetitosas, una fiesta para los ojos.
Un volcán ardiente, así es ella en la cama, capaz de arrebatarme los sentidos de puro gozo, de llevarme al delirio más absoluto.
Zzzz, este es el sonido de mi ronquido cuando ella se pone a hablar de sus rollos de literatura, tanto es así que no creo que me vaya a hacer falta la moneda, después de todo.