Callad

Crónica de los días que pasan


Cuando éramos pequeños, casi jovencitos, en esa edad dorada que existe entre la infancia tardía y la pubertad, en esa edad en la que el mundo se presentaba ante nuestros ojos como un telón a medio deslizarse, en ese escenario que apenas habíamos vislumbrado… en esa edad, ocurrían hechos que asumíamos como cotidianos porque se relataban en patios vecinales, en calles concurridas de barrios periféricos, en tiendas de ultramarinos muy céntricas. Historias de hombres con cara y nombre conocido que pululaban por parques escondidos y urinarios públicos, por tabernas y bares de amarilla iluminación.

Recuerdo al pelirrojo que siempre paseaba en coche porque era un cobarde y un mierda, al anciano obeso y alcohólico que frecuentaba los portales oscuros en busca de niñas pequeñas que llevarse al saco, al enjuto calvo y vicioso con aire de haber leído a Nobokov y al que le encantaba apostarse a la puerta de los kioscos: sonreía siempre dispuesto a correr con la cuenta de las chucherías y los helados de niños y jovencitos que empezaban a fumar sus primeros pitillos. En esta cotidianidad terrible, esta fauna de acera y escalón marmóreo, era aceptada y vivía sin remordimientos. Todos lo sabíamos y a todos nos enseñaron a callar, a guardar un silencio tan pobre como desquiciado porque las gentes decían que no existían certezas, se trataba de rumores, de posibilidades de “puedequesíperonolopodemosasegurarasíquecallaynolodigasanadie”.

Urinarios públicos con olores reconcentrados de orina y acoso. Parques solitarios por los que teníamos que pasar de puntillas y a toda velocidad. Calles que eran invadidas por tipos pelirrojos en furgonetas blancas que gritaban obscenidades a las mujeres jóvenes y huían entregados a su mezquina y procaz cobardía de reptiles con negocio conocido. Escenas cotidianas que asumíamos como algo probable y vecinal, como la condecoración del miedo que jamás se denunció.

Personajes que rondaban aceras, bares y quioscos, que compartían casa y cama con mujeres respetables o ancianitas encantadoras de pelo blanco y miradas azules que olían a jabón de lilas y a las que les gustaba la repostería.


Más artículos de Viuda Nuria

Ver todos los artículos de