Marc Chagall y yo

Crónica de los días que pasan



Desde que te fuiste a París no he hecho más que inclinarme un poquito cada día, suspirando por tu vuelta, aunque supe que te ibas para largo y ni siquiera pude acompañarte a la estación con la cantidad de maletas y lienzos que cargabas; igual que un alevín de pintor, aunque por aquella etapa de tu vida ya  eras todo un profesional.

Tus noticias me llegaban siempre con meses de retraso y no digamos ya cuando estalló la guerra, eso fue lo peor que pudo ocurrirme. Siempre temblaba al pensar que no volvería a verte jamás, pero al final te las arreglaste para huir y escabullirte, en eso siempre has sido el mejor y también en este detalle confié pues presumo de conocerte a la perfección. Te cobijé cuanto pude escudriñando tus pasos. Te sentí crecer dentro de mí.

Viajaste emprendiendo una ruta itinerante: de Francia a España pasando por Portugal  para cruzar el charco y establecerte en los Estados Unidos, con lo poco que me gustan mis primas americanas tan estiradas y lineales, pero todo sea  por salvar el pellejo.

¿Cómo huele el aire allí? ¿Tuviste cortinas de lino?¿Y las alfombras?¿Eran de fibra ya y lavables?

América, siempre en vanguardia, nos ha llevado la delantera y más en esos años cuando todo el mundo allí ya  se divorciaba, las mujeres se teñían el cabello  y las cafeteras eran niqueladas, mientras aquí se utilizaban los cacillos de hojalata, del divorcio ni hablemos y el tinte para el cabello era un sueño loco e imposible hasta para los aspirantes a un pedacito de frivolidad.

Siempre me lo he preguntado todo acerca de ti y los ambientes que te rodearon, ya conoces mi curiosidad por la decoración, he sido tan presumida para los detalles y mírame ahora: vieja e inclinada como la casa de la bruja de los cuentos; algo contrahecha, a punto de sucumbir a la fatalidad de mi destino inexorable, con la chimenea rota pero, eso sí, rodeada de torres que ennoblecen mi estampa tan exhaustivamente plasmada por la sabiduría de tu ojo y la maestría inigualable de tu mano. Me pintaste gris como el recuerdo que se desvanece para siempre entre neblina y sueño; impresionando al mundo.

Hasta siempre Marc, desde la  tierra que jamás olvidaste, hasta siempre desde Vitebsk.

Tu casa, que siempre te esperó aunque no retornases.



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