Bola de Nieve dice sus canciones a media voz, casi recitadas, dejándolas escapar en el aire de la sala absorta.
Nicolás Guillén
A resultas de la Casa de citas que dediqué a Rita Montaner y familia[1], algunos amigos que conocen mi propensión al enredo llegaron a preguntarme —ignorantes ellos— si realmente Rita Montaner había existido o era un invento literario. Entonces les ilustré con algunos discos, referencias cinematográficas y artículos periodísticos que ponían en valor la popularidad de una de las más grandes estrellas cubanas de la primera mitad del siglo XX. No hay que ser muy melómano ni amante del cabaré para reconocer los éxitos de Rita Montaner y estar familiarizado con las canciones que se escribieron para ella y luego popularizaron infinidad de intérpretes: El cafetal, del maestro Lecuona, El manisero, de Moisés Simons, o ¡Ay, Mamá Inés!, de Eliseo Grenet. A mis espaldas suena la versión de Louis Armstrong de El manisero (1930). Forma parte de un disco antológico con veinticinco versiones de esa canción, en las voces del Trío Matamoros, Antonio Machín, Imperio Argentina, Abelardo Barroso o Bola de Nieve, el que fuera pianista de Rita Montaner.
Nuestra cita de hoy se llamaba en realidad Ignacio Jacinto Villa (1911-1971) y fue rebautizado por Rita Montaner como Bola de Nieve, aludiendo a su cabezota negra y repelada. Así se le reconoció después en todo el mundo. Ignacio Villa se había criado entre congas y carabalíes, entre danzas ancestrales y fiestas de bembé, en compañía de una madre sandunguera que parió trece hijos y un padre, capataz de los muelles, que también era amigo del jolgorio. Estudió para maestro y aprendió piano. Se lanzó después a acompañar con música las películas silentes y se aprestó a substituir a los pianistas de los cabarés donde hubiera una plaza libre. En cierta ocasión acompañó a Rita Montaner y esta lo convirtió en su pianista de cabecera, llevándoselo a México y ayudándole a triunfar, entusiasmada por su filin con el público y su habilidad para con las teclas. Desde aquel triunfo inicial en el Politeama de México con veintidós años, Ignacio Villa —Bola de Nieve— supo cómo ganarse al público con su sonrisa, su frac y habilidades con el piano. Bola de Nieve fue maestro en el arte de aunar la dulce —y a veces trágica— dicción del bolero cubano con las armonías del blues y el jazz, y con su voz recorrió los escenarios, las televisiones y las discográficas de todo el mundo hasta que la muerte le visitó por sorpresa a los sesenta años.
Quien no sepa de él, que se informe[2]; pero, sobre todo, que lo escuche cuando tenga ocasión[3] y, si le vienen ganas de llorar, que se deje llevar por la emoción y llore. En Bola de Nieve no hay alarde ni purpurina, sino, sobre todo, sinceridad y expresión, una sinceridad que se dirige a las tripas del oyente y le transforma, haciéndole saltar las lágrimas, o las risas. Depende. «Siempre he dicho que yo no canto —decía—, sino que expreso lo que las canciones, pregones o poemas musicalizados tienen dentro. Cultivo la expresión más que la impresión. No me interesa impresionar. Lo que me interesa es tocar la sensibilidad del que escucha». He aquí la letra de uno de sus boleros:
Ay amor, yo sé que quieres
llevarte mi ilusión.
Amor, yo sé que puedes
también llevarte mi alma.
Pero, ay amor, si te llevas mi alma
llévate de mí también el dolor,
llévate todo mi desconsuelo
y también mi canción de sufrir…
Ay amor, si me dejas la vida
déjame también el alma sentir,
y si solo queda en mí dolor y vida
ay amor, no me dejes vivir.
Precursor de la canción romántica, del bolero y el mambo cubanos, Bola de Nieve se convirtió sin quererlo en embajador cultural del régimen de Castro, un régimen homófobo que, en esta ocasión, hizo la vista gorda ante a la homosexualidad del artista. Bola de Nieve fue también el interlocutor de múltiples intelectuales hispanoamericanos como Pablo Neruda, Ernesto Lecuona, Andrés Segovia, Pita Rodríguez, Chabuca Granda o Camilo José Cela. De él escribió Alberti que fue «el García Lorca negro», pues Bola era vanguardista, homosexual, ingenioso y cosmopolita, como el poeta granadino. A veces, haciéndose eco de su atormentada vida (Una semana sin ti, No puedo ser feliz); a veces, haciendo del humor la insignia de sus interpretaciones (Messié Julián o Vito Manué tú no sabe inglé). En palabras de Alejo Carpentier: “Bola de Nieve nos puso a todos de acuerdo, evidentemente. Pero ha tenido, por encima de eso, el talento necesario para ponerse de acuerdo con todos los públicos del mundo».
Siempre desde la sencillez y la humildad, Bola de Nieve hablaba de sí mismo en una de sus últimas entrevistas: «La música y yo somos uno. Es lo único que me gusta. El único gran placer que experimento es hacer o sentir música. Yo no tengo aparatos, ni discos, ni tocadiscos, ni televisor, ni reloj, ni almanaque, ni pijama; pero tengo un piano que es todo para mí, donde estudio de tres a cuatro horas diarias y que me da mucho gusto»[4].
Sirva para acabar esta Casa de citas la frase que le dedicó Pablo Neruda, entre lírica y surrealista: «Bola se casó con la música y vivió con ella en esa intimidad, lleno de piano y cascabeles, tirándose por la cabeza los teclados del cielo».
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[1] https://lacharcaliteraria.com/rita-montaner-y-familia/
[2] https://www.jornada.com.mx/1997/05/18/sem-nieve.html
[3] El sello discográfico de Mario Pacheco Nuevos Medios editó en el 2003 una selección de 33 canciones de Bola de Nieve, un disco que resulta hoy imprescindible y, seamos claros, inencontrable.
[4] Ciro Bianchi: Entrevista realizada a Bola de Nieve en 1970, un año antes de su muerte: http://www.uneac.org.cu/noticias/bola-de-nieve-entrevisto