Antigualla

No eres uno de los nuestros


Cuando se me desmorona el brazo en una nube de cenizas, ella retrocede mientras sostiene la vela entre las manos. La llama que me ha carbonizado los dedos danza en la oscuridad, mecida por el susurro de una puerta entreabierta.

—No eres uno de los nuestros —dice.

La cera derretida resbala por el cuerpo de la vela y se le funde entre los dedos. Advierto cómo la cera caliente le trepa entre las ropas y, con discreción, se le integra en las mejillas, en la frente, cubriendo las grietas. 

Los otros no se mueven, mantienen su pose, como si el museo todavía permaneciera abierto, como si no nos hubieran trasladado a este sótano abandonado, sustituidos por pantallas gigantescas y gafas de realidad virtual.

—No eres uno de los nuestros —repite ella.

Frunce los labios. La cera que conforma su rostro brilla a la luz de la llama temblorosa que corona la vela. Yo me acerco a las estanterías y cojo unas hojas de papel, quizá facturas impagadas, quizá contratos incumplidos. El papel se dobla, se pliega, se contrae, forma un nuevo antebrazo que se me adhiere al cuerpo como si estuviéramos hechos de la misma pasta. Y quizá sea así. Sin cortes, solo pliegues. Ese es el arte.

—No —respondo—. No lo soy. Al menos, sobre el papel.

Y ella, aunque no quiere, sonríe.


(Ilustración de Topor).


Más artículos de Eximeno Santiago

Ver todos los artículos de