Amancia se recuesta en el tocón, aquel al que da el sol muy de mañana.
Se ha puesto el pañuelo blanco atado en un nudo estrecho en el cogote. El pelo, su pelo oscuro ensortijado, se escapa entre los pliegues blanco azulados de luz y se enmaraña jugando al escondite cuando ella se los desmadeja más aún. Le gusta cómo sus dedos se deslizan indolentes entre el cabello hecho guedejas.
A esas horas escucha el canto de los pájaros, el silencio tan lleno de sonidos y ese sonar de las ramas del árbol jugando a susurrar de unas a otras.
Amancia no es una mujer al uso, ni de campo, ni ya vieja. Amancia, aún no sabe por qué huyó de su ciudad natal, donde vivía bien, y se casó con este hombre de campo. Plim, plaf… hecho está.
Vive en una especie de alquería, alejada de todo y de cualquiera. Habla poco. Piensa, siempre piensa. Siente, siempre siente.
En la casa hay trabajo para todos; de todos modos, solo son dos. Él y ella. Un par de vacas, un gallinero, cuatro conejos y un huerto nutrido y bien cuidado. Un horno de piedra para el pan de la semana y unas cabras para el queso.
Para los días de labor calza una especie de zuecos que le permiten andar entre el barro, lleva un pantalón de chándal que todavía le marca más su cuerpo serrano, y luce camisa o anorak depende de la época del año.
No le hace falta para nada contonearse, no hay nadie que la vea, a no ser ella misma. Su compañero pasa el día en el monte o con el tractor y solo reaparece cuando ya anochece. Para entonces, ella luce otra vestimenta y su pelo se mueve al compás de la cadencia de sus muslos. Huele a lavanda y la casa está dispuesta.
No le importa, sabe bien que a ella le gusta gozar de ese regreso que se perpetúa un día tras otro. Algunos creerán que lo hace por y para él. Nada más lejos.
A Amancia no le gusta que le acorten el nombre; ella no se llama “Manci” o “Amanci” ni otras tonterías que la gente pretende. Siempre les corrige.
Los días de mercado se acerca al pueblo y compra y vende como cualquiera. Amancia no es una campesina, vive en el campo, sí, pero Amancia nunca se sometió ni al campo, ni a la ciudad, ni al colegio, ni …
Cierto es que es médico de profesión, pero… Si alguien del pueblo la llama acude, nunca se niega, pero prefiere que la ignoren. ¿Es su actitud un misterio?
A estas gentes les llaman neorurales. Casi un insulto para ella.