Trabaja duro. Por la mañana y por la tarde. Acude a casa a comer. Su madre, mujer abnegada, le prepara la comida todos y cada uno de los días.
Un día llega montada en un coche flamante, descapotable, con un hombre apuesto que la besa antes de que se baje.
Josefina huele a tabaco. Dice que en la oficina todos fuman. Y así huele ella. ¿Y ella? ¿Fuma, ella? Es categórica y dice que no si alguien se lo pregunta.
Su madre no se entiende mucho con ella pero la tolera porque es quien aporta el dinero para sobrevivir.
Todavía es joven. Lleva una melena castaño oscuro con ondas y luce blusas blancas, algunas con bordado, canesú o blondas.
Las faldas le gustan anchas, fruncidas, con vuelo. Lleva medias y zapatos de tacón. Cuando se arregla usa un sombrerito que le encaja en la cabeza hasta la mitad y una extensión en forma de hoja le da un aire risueño que no es propio de ella.
Sus pretendientes le regalan flores en su onomástica. Gardenias, jacintos, narcisos, lirios de San José,… La casa se llena de mil aromas y ella los recibe en su cuarto, que tiene decorado como una sala de estar muy moderna para la época. Armando, Juan, José, Evaristo,…
Pero ella no se decide por ninguno.