Abismo

Repertorio personal para gótikos



Durante una temporada sufrí un terrible síntoma: al andar, me parecía que a mi siguiente paso el suelo se abriría y sería engullida por un abismo sin fondo. También me ocurría cuando me levantaba de la cama y ponía el pie fuera de la alfombra persa, que era como una isla de salvación con el suelo tapizado por un césped de lana y seda.
 
Eso fue después de un seminario de Cábala en Mystic Topaz. El rabino Simón Toledano, que nos habló del abismo largamente y nos hizo experimentarlo durante una meditación que no todos resistimos, pues requería gran esfuerzo y Salomé se desmayó. Subíamos al templo de Salomón hasta un pasadizo de su interior bajo el altar, que conducía al abismo del mundo terrestre, donde descansa la piedra fundacional del mundo. Bajo el océano visible, nos dijo, se hallaba el turbio abismo líquido del Tehóhm, al que no accedimos por agotamiento y porque en él acechaban peligros para los que no estábamos preparados.
 
Subir al Templo nos había robado las fuerzas. A lo largo de la meditación, que duró horas, recorrimos el pasadizo y llegamos a la piedra fundacional del mundo terrestre, donde vimos al arcángel del Apocalipsis Raziel Hamalaj, que tiene las llaves y una cadena y nos dejó pasar a cambio de una ilusoria moneda.
 
Según la Cábala —supimos por el rabino—, el profundo abismo celeste está en línea con el abismo terrestre y acuático. Y así fue como, con pleno consentimiento, en la tercera hora contemplamos, tendidos entre cojines que olían a ámbar y sándalo, el abismo celestial en la terraza del templo, donde nos invadió una gran dulzura.
Al día siguiente me desperté tarde y agotada, y no acudí al seminario. Estuve sumida en una meditación vacía para recuperar fuerzas. En ella recibí el escudo impalpable cuyo centro se llama “abismo” y está ocupado por la cabeza de la Gorgona, que protege de todo mal convirtiendo en piedra el ojo enemigo.
 
Gracias al escudo, que protege a quien lo lleva de la caída en los pozos psíquicos o mentales, mi hermana mística y yo nos libramos de la situación que no puede comprenderse ni sortearse, es decir, ese estado de locura o gran fracaso del que uno cree que nunca podrá salir. Evité que me acometiera lo que Simón Toledano llama “surfear en los Infiernos” y que mi psiquiatra denomina, más científicamente, ansiedad con agitación o trastorno bipolar.
 
Al día siguiente pude volver a clase, protegida además de por el escudo por el pensamiento o advertencia de Edgar A. Poe, quien dice que si miras demasiado al abismo acabará empujándote a él el demonio de la perversidad. Me dije: no mirar el rostro de Medusa. Deseché por sofístico el pensamiento del oscuro Wilhelm Friedrich Nietzsche, según el cual, si miras al abismo, el abismo acabará mirándote a ti. ¡Vaya estupidez, de las que tanto abundan en el mosaico de la obra —por otra parte, monumental— del filósofo sajón!
 
Por la tarde fui al parque Tívoli y subí a la montaña rusa, que parece la más peligrosa del mundo, pero es abismo de ida y vuelta. No hay mejor tratamiento para los vértigos del alma, sobre todo si esa noche te dejas caer rendida en tu cama, que Gómez de la Serna llama “abismo”. Para otros, y a menudo para mí misma, es una barca con la que cruzar plácidamente la noche, a salvo de rachas tormentosas o yeguas que asoman alocadas cabezas por entre las velas como en los cuadros de Füssli.

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