Pink Anderson —padre— y Little Pink Anderson —hijo del anterior— practicaron el blues de Carolina del Sur en la modalidad de Piedmont. El padre fue el palo del que surgió esa astilla que es Little Pink Anderson, un tipo de mi edad que, a pesar de su devenir personal (no nos detendremos ahora en explicar sus problemas con la ley y las rejas), sigue rasgando su guitarra en algunos festivales de jazz, tratando de emular, sin conseguirlo, la magia de su padre. Pero antes de hablar de la familia Anderson conviene hacer algunas precisiones.
En primer lugar, hablaremos del Piedmont blues, o blues de Piedemonte, a través de La gran enciclopedia del blues, de Gérard Herzhaft (1), un trabajo riguroso y global que abarca más de cien años de blues. Allí leo que esta modalidad, llamada también blues de los Apalaches, es una de las formas más antiguas de la música norteamericana. Nacido a principios del XX en los estados del viejo sur cercanos a la costa Atlántica (Virginia, Virginia Occidental, Carolina el Norte y Carolina del Sur), el Piedmont blues se extendió hacia el norte con las migraciones de trabajadores negros que marcharon a Florida, alcanzando las grandes ciudades del nordeste, como Filadelfia, Baltimore y Nueva York. El Piedmont blues conoció su momento de gloria entre los años 1930 y 1940, de la mano de Blind Boy Fuller y Josh White, músicos callejeros que hicieron de la guitarra un medio para denunciar las condiciones de vida de los negros de la época.
El estilo Piedmont se basa en tocar la guitarra sin púa, alternando dos notas graves con el pulgar y completando la melodía con las cuerdas altas. Como resultado, el sonido de la guitarra se aproxima al del piano cuando toca rag. A esa musicalidad sincopada se le añadían letras con mordiente, para que la canción resultara atractiva a oídos de los negros que trabajaban en la industria. Se cuenta que Blind Boy Fuller consiguió la exclusiva de cantar sus blues en la puerta de una fábrica aprovechando la entrada y salida de los turnos de trabajadores, con lo que pudo amasar una gran fortuna, a ojos de los negros de la plantilla. Los bluesmen de Piedmont cantaban historias de amor, situaciones picantes y humorísticas y, en el caso de Josh White —que militaba activamente en el Partido Comunista Americano— reivindicaciones de carácter social, que le llevaron a firmar sus canciones con seudónimo. Aun así, sus éxitos de los años cuarenta se saldaron con amenazas de muerte por parte del Ku Kux Klan, que incendió su vivienda y logró que la Comisión McCarthy le vetara en la radio y en las compañías discográficas más poderosas.
Nuestro protagonista de hoy, Pinkney Pink Anderson (1900-1974), nació, vivió y murió en Carolina del Sur, y perteneció también a la cantera de los bluesmen de Piedmont. Se inició a los catorce años en espectáculos ambulantes de charlatanes que fingían ser médicos (medecine show), interpretando canciones populares y explicando chistes para atraer a los “pacientes”. Al mismo tiempo aprendió a tocar blues con Simmie Dooley, un cantante ciego que conoció en 1916 y que lo trataba a patadas. Con él grabó un par de singles para el sello Columbia, a finales de los años veinte, y no volvió a grabar hasta 1960. Durante ese tiempo, Pink Anderson continuó trabajando con el Dr. Kerr, de la Indian Remedy Company, entreteniendo a la multitud mientras el “doctor” vendía sus pócimas medicinales. Durante años formó parte de un trío tradicional de blues (guitarra acústica —la suya—, tabla de lavar y armónica). Su discografía es muy cortita, pero extraordinariamente valiosa. Obtuvo cierto reconocimiento entre los años cincuenta y sesenta del pasado siglo, hasta que por problemas cardiacos desapareció de escena para acabar muriendo en la miseria a los setenta y cuatro años.
Escuchando hoy los discos de Pink Anderson (Carolina Blues Man y Carolina Medicine Show Hokum & Blues(2)) sorprende el tono arrastrado y humorístico de sus interpretaciones, muchas de ellas originales de Blind Boy Fuller, al que Anderson admiraba. Poco importa si la guitarra suena a veces un poco rígida desde el punto de vista rítmico. Hay piezas encantadoras, como el Meet Me in Bottom, donde las líneas de bajo de Anderson son un compendio del estilo de Piedmont, y la letra expresa el drama de un pobre hombre perseguido:
«Encuéntrame en el fondo; tráeme las botas y los zapatos porque no tengo tiempo que perder; me mataron o asesinaron y yo no soy un tipo fuerte; tengo que salir huyendo, así que tráeme las botas y los zapatos y encuéntrame en el fondo…»
En otras piezas, Anderson roza el descaro, como en ese Try Some of That, una canción con doble sentido que formaba parte de sus medecine shows:
«Conozco a una chica que hace galletas calientes; en cuanto gane algún dinero le compraré; no importa quién seas ni de dónde vengas, ella te encontrará por la noche y te venderá unas pocas; lo que vende es bueno para la espalda y para los juanetes; ella dijo “hijo, si te gusta eso, ¡tengo un lote fresco en mi horno!”; voy a probarlo; en cuanto gane algún dinero le compraré sus galletas…»
Syd Barret, el que fuera líder de los Pink Floyd —la banda de rock psicodélico de los setenta y más allá— ideó el nombre de su grupo a partir de los nombres de Pink Anderson y Floyd Council (1911-1976) —otro legendario representante del blues de Piedmont—, a los que descubrió leyendo los créditos de un disco de Blind Boy Fuller. Nada que ver la sencillez interpretativa de Pink Anderson o Floyd Council con la sobreactuación con la que los Pink Floyd nos castigaron durante décadas.
Añadamos algo más. Pink Anderson tuvo un hijo, al que incorporó tempranamente a sus medecine shows, le compró una guitarra y le enseñó la técnica del blues de Piedmont. Pero Alvin “Little Pink” Anderson (nacido en 1954, también en Carolina del Sur), tardó en asimilar la herencia paterna. Se suele decir que de tal palo tal astilla, aunque no siempre la norma se cumple, para bien y para mal. A diferencia de su hijo, Pink Anderson-padre fue un tipo sencillo, trabajador, esforzado y constante. Su hijo, en cambio, se dedicó a dar bandazos por la vida hasta 1996, veinte años después de la muerte de su padre. Fue entonces cuando, tras su tercera condena en prisión, decidió tomarse las cosas en serio, aprovechar el bagaje paterno y dedicarse a tiempo completo a la música. No obstante, yo no le conozco otro disco que su Sittin’ here singing the blues(3), donde intenta seguir los pasos de su padre, cantar sus canciones y algún estándar. Pero, aunque le deseamos lo mejor, no podemos aventurar que a sus años sea capaz de emular al genuino Pink Anderson.
[1] Gérard Herzhaft: La gran enciclopedia del blues. Ediciones Robinbook, Barcelona (2003).
[2] Pink Anderson: Carolina Blues Man. Bluesville Records (1961), reeditado en CD en 1992, y Carolina Medicine Show Hokum & Blues. Folkways (1962), reeditado en 1984.
[3] Little Pink Anderson: Sittin’ here singing the blues. Pinnacle Productions, 2008.