Gérard de Nerval: el desdichado

Casa de citas

¿Quién eres tú, desdichado?

Alguien que te habla desde la noche del sepulcro.

Yo soy lo que no es.


Tomás Segovia, prologuista y traductor de la prosa y poesía de Gérard de Nerval para Galaxia Gutenberg[1], escribe en sus notas que ha respetado la ortografía romántica de los nombres exóticos y antiguos que aparecen en el texto, así como las fluctuaciones en la utilización de cursivas y redondas del original francés. Lo aclaro para que nadie piense que utilizo caprichosamente mayúsculas y cursivas en el poema El desdichado —quizá el soneto más famoso de la lírica francesa— que reproduzco a continuación. También debe tenerse en cuenta que ese desdichado al que alude el título (en castellano en el original) no es otro que el autor del poema: «el príncipe ignorado, el amante misterioso, el desheredado, el desterrado del entusiasmo, el bello tenebroso…», como Nerval habla de sí mismo en otro contexto[2]. Un ser desposeído de cualquier herencia material, un sujeto que ha perdido su única estrella y se ahoga en las turbias aguas de la melancolía. Como es sabido, Gérard de Nerval (1808-1855) —el escritor bohemio, el poeta maldito— sufrió a lo largo de su vida un proceso de degradación física y moral que le condujo a sucesivos internamientos en manicomios y, finalmente, al suicidio, en un sórdido callejón de París.

Algunos comentaristas opinan que El desdichado debería titularse, en realidad, El desheredado, aduciendo que Nerval lo tomó del Ivanhoe de Walter Scott (cap. VIII), aunque no parece constar que él mismo lo haya declarado nunca. Sin embargo, para nuestros fines, nos parece mejor titularlo El desdichado, cuyas connotaciones apuntan al fracaso de quien lo ha perdido todo, se hunde en el desconsuelo y se abandona al Sol negro de la Melancolía, ese sol bermellón que abrasa desde el centro mismo de las tinieblas.

Desde el desánimo que le acomete, Nerval escribe y confiesa:


Yo soy el Tenebroso, —el Viudo—, —el Sin Consuelo,

Príncipe de Aquitania de la Torre abolida:

Mi única Estrella ha muerto, —mi laúd constelado

También lleva el Sol negro de la Melancolía.

En la nocturna Tumba, Tú que le consolaste,

Devuélveme el Pausílipo y la mar italiana,

La flor que prefería mi pecho desolado.

Y la parra en la que Pámpano con la Rosa se une.

¿Soy Amor o soy Febo…? ¿Lusignan o Birón?

Mi frente aún está roja del beso de la Reina;

En la Gruta en que nada la Sirena he soñado…

Y vencedor dos veces traspuse el Aqueronte:

Modulando tan pronto en la lira de Orfeo

Suspiros de la Santa, —como gritos del Hada.


Dejando a un lado la sonoridad y el ritmo de la composición (también en la excelente traducción de Tomás Segovia), nos dejamos atrapar por el misterio de sus versos. Hay tantas menciones a nombres clásicos, presencias míticas, sugerencias extrañas… que quisiéramos escrutar la mente de Nerval para comprender el alcance de sus palabras. Deconstrucción. ¿Qué nos dice el desdichado sobre sí mismo y, por extensión, sobre otros como él, desposeídos del Objeto Primordial y, por tanto, del sentido de sus vidas?

Aunque extensos, los comentarios y notas de Tomás Segovia se quedan cortos. En este poema hay más incógnitas de las que podemos apreciar: no solo las alusiones a las cartas del Tarot, a los oscuros cultos de Isis, al paganismo y su misterio, a la mitología romana, a las reinas de Etiopía y a las crisis de locura que padeció el autor (y que Nerval compara con sus dos descensos a los infiernos de los que dice haber vuelto triunfante); sino también las referencias implícitas al origen de su desgracia: el abandono y la muerte de Jenny Colon, la amante idealizada del poeta. Jenny Colon —artista de la escena, para la que Gérard de Nerval escribió obras de teatro y en cuyo montaje dilapidó su exigua fortuna— le traicionó, se casó con un músico del teatro, y cuando, años después, logró reconciliarse con él, no tardó en morirse (1842) y lo desposeyó de cualquier esperanza. Tras un primer ataque de locura, expresado sombríamente en su novela Aurelia, Nerval se esforzó por librarse del Sol negro de la melancolía sin conseguirlo. El 25 de enero de 1855, tras una crisis depresiva grave, deambula sin abrigo por un París glacial, cena en el mercado y se pierde en la noche. Al amanecer lo encuentran ahorcado en una verja de la calle de la Vielle-Lanterne de la ciudad.  

Para comprender mejor el poema, profundizamos en las intimidades del autor a través de Julia Kristeva, psicoanalista búlgara, que dedica un tercio de su libro Sol negro, Depresión y melancolía[3] al análisis de El Desdichado de Gérard de Nerval. Desde el diván de Kristeva, el autor del soneto —como también harán, desde otras páginas del libro, Dostoievski y Marguerite Duras— pone al descubierto sus síntomas neuróticos y los proyecta sobre una sociedad traspasada, también, por la melancolía. Según Kristeva, el poeta se rebela contra la pérdida de lo inasible (la Madre, quizá) y se enfrenta, con odio, al objeto de su duelo. «Lo amo (parece decir a propósito de un ser o de un objeto perdido), pero aún más lo odio; porque lo amo para no perderlo, lo instalo en mí; pero porque lo odio, este otro en mí es un yo malo, soy malo, soy nulo, me mato».[4]

Este es, por otra parte, el retrato del caníbal melancólico, ya apuntado por Freud y Abraham, que aparece en los sueños y fantasmas de muchos depresivos. El caníbal devora simbólicamente a quien quiere destruir, a ese otro ser externo al que ama y odia a la vez. Lo tiene dentro de la boca (aunque la vagina o el ano también pueden ser reservorios donde ocultarlo) y —parece decir—: «lo prefiero dividido, despedazado, cortado, tragado y digerido, antes que perdido». Con el suicidio, el objeto de amor y odio desaparece.

Algunos psicoanalistas modernos comprenden otra modalidad de la depresión que va más allá del ataque hostil contra aquello que amamos y hemos perdido. Hablan de una tristeza primordial que nos acompaña desde el nacimiento. La depresión en este caso expresaría una herida narcisista tan precoz que no puede atribuirse a ningún agente externo (sujeto u objeto). Nacemos desposeídos, con un vacío existencial inabarcable, viudos, demediados, incompletos… Algunos no pueden soportarlo y se hunden en la desdicha, cayendo en una melancolía recurrente. Para este tipo de depresivos, la tristeza en es el caldo amniótico del que se nutren, un sucedáneo del objeto exterior, y se agarran a ella, la amaestran y aman, a falta de otro objeto de dominio. «En este caso —concluye Kristeva—, el suicidio no es un acto de guerra camuflado, sino una reunión con la tristeza y, más allá de ella, con ese amor imposible, jamás tocado, siempre lejano, como las promesas del Vacío y de la Muerte».

Hay que leer a Kristeva, siempre fascinante. Y por supuesto a Nerval, atendiendo a sus sueños y ensueños, a la realidad y al delirio plasmados en su literatura. Tengo en cartera sus Cartas de amor a Jenny Colon[5], con postfacio de Juan Eduardo Cirlot, que ha publicado recientemente Wunderkammer. Veremos lo que dan de sí y cómo se relacionan con Aurelia, la obra maestra de Gérard de Nerval.


[1] Gérard de Nerval: Poesía y prosa literaria. Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2004.

[2] Cf. «A Alexandre Dumas» en Oeuvres complètes, t. I, La Pléiade, Gallimard, Paris, 1952, pp. 175.176.

[3] Julia Kristeva: Sol negro. Depresión y melancolía. Wunderkammer, Girona, 2017. (Edición 30 aniversario con nuevo prólogo de la autora. Texto original de 1987).

[4] Cf. p. 25 y p. 27.

[5] Gérard de Nerval: Cartas de amor a Jenny Colon. Ed. Wunderkammer, Girona, 2020.