Exhumación poética de  “La sinagoga de los iconoclastas” (J. Rodolfo Wilcock)

Gabinete de labios periféricos

 

Describir a los hombres es ejercer la compasión. 
Tratar a todos por igual: la literatura no tolera la injusticia.
Rodolfo Wilcock

 

La sinagoga de los iconoclastas se ubica en mi gabinete arropada entre las Vidas Imaginarias de Marcel Schwob y las Vidas minúsculas de Pierre Michon. Muy cerca de las obras completas de Borges. En poco espacio, muchas vidas que poco importa que sean reales. Son veraces y, en literatura, eso es lo que cuenta. 

La obra está traducida del italiano por Joaquín Jordá, aunque Juan Rodolfo Wilcock (1919-1978) no era italiano, sino argentino. Pero, llegado 1957, decide exiliarse voluntariamente, instalarse en Italia (de la que acabará teniendo pasaporte) y comenzar a escribir en italiano. Y es que la excentricidad es una constante del quehacer literario de Wilcock, que incluye poesía, novela, cuentos, ensayo y notables traducciones (entre otros, Kafka, Graham Greene, T.S. Eliot y Kerouac). Dicen que el cambio de idioma literario le ayudó a alejarse de las influencias tanto americanas como europeas, haciendo de la libertad quizás su seña de identidad más notable, concretada en un modo de vida huraño y personalísimo. Pese a ello, fue amigo de Borges, Bioy Casares, Silvina Ocampo y Passolini (apareciendo en el film La pasión según San Mateo). La peripecia de su vida es notable y aquí sólo he apuntado algunos datos.

La obra que será poéticamente exhumada cuenta en menos de doscientas páginas la vida de treinta y cinco personajes que incluyen filósofos, inventores, utopistas, científicos, antropólogos, investigadores, etc., cuyo común denominador es el absurdo deseo de cambiar el mundo. Y un absurdo narrado con un estilo depuradísimo y un sentido del humor devastador. Como afirma Ernesto Montequin, crítico y biógrafo de Wilcock, sus historias son “cómicas y apaciblemente crueles”.

Y por si quedara alguna duda de que este libro debería ser reeditado y su autor reivindicado como uno de los grandes, cedo la palabra a Roberto Bolaño, que dejó dicho de esta sinagoga: “Son treinta y cinco biografías que invitan a una lectura festiva, a carcajada limpia, el libro de uno de los mayores y más raros (en lo que tiene de revolucionario esta palabra) escritores de este siglo [el XX] y que ningún buen lector debe dejar pasar por alto”. Para qué decir más.

Para exhumar el poema de la obra he decidido tomar un verso de la primera página de cada uno de las treinta y cinco biografías en el orden en que aparecen en el volumen. Es la manera de incluir a todos los iconoclastas que nos procuran tantos buenos momentos de lectura. El título del poema redunda en este deseo de no olvidar a ninguno de los protagonistas ya que, como apunta la cita inicial, a todos hay que tener en cuenta para no incurrir en la injusticia.

 

Treinta y cinco vidas

La telaraña de su mente ubicua
continuada y sistemática
extremadamente sencilla
pensando al mismo tiempo en un pollo
delante de un zapato.

227 cadáveres
condensados
en marcha
en cierta medida, radiactivos
poetas de vanguardia .

Este notable ejemplo
de transportes subacuáticos
decía lo siguiente:

“El sonido es luz
mono progenitor del alma
descendido del camello
autosuficiente”.

En aquel lugar
burbujitas llenas de energía sexual
como rueda de molino
junto a un telescopio.

Tótem el gallo
de varios modos:
verdes años
lluvia estancada
minerales triturados.

Novelas de nadie
girando lentamente
los treinta nombres
de cien valerosos compañeros.

Algunos días después
con el arte y con los conejos
un diario barcelonés
tributa respetuoso homenaje
cuando pasa una señora.