Encerrado con un solo juguete

Las horribles historias de Sileno

 

Ni síntomas, ni mascarilla, ni test del coronavirus. Estoy instalado en casita con mis revistas de chicas, mi televisión y mi aguardiente, jugando a las cartas conmigo mismo, bailando solo delante del espejo y aplaudiendo a las fuerzas del orden cuando se tercia, que es cada tarde a las ocho en punto. Solidaridad manda. Por el balcón charlo con la vecina de arriba, con Ginés —a gritos, porque él vive en el primero—, y con un vecino nuevo que alquiló el piso de al lado cuando empezó el confinamiento. Dice que vino de Madrid para cuatro días y se ha tenido que quedar hasta nueva orden. ¡A saber! Por las cosas que me cuenta, mi vecino está como una chota.

Ayer, sin ir más lejos, me contó —de balcón a balcón— que es ingeniero de telecomunicaciones y economista, lo que me extrañó en alguien que se ha puesto a vivir en el extrarradio. «En las afueras se vive mejor» —me dijo, mientras contemplábamos la puesta de sol tras los vertederos. El tipo, que se llama Jonás, solo se calla durante los aplausos. En cuanto la gente deja de aplaudir, me lía con sus historias. En pocos días, me ha informado de que es chileno, que trabajó de enfermero en Valparaíso, que emigró a Panamá para colaborar con los ingenieros del canal, que sabe, de muy buena fuente, que el Vick Vaporub previene el contagio del coronavirus… «Un par de toques junto a las fosas nasales, y un leve masaje en el esternón en dirección contraria a las agujas del reloj, mañana y tarde. Mano de santo».

Me pidió el número de teléfono, por si una emergencia, y yo, torpe de mí, se lo pasé. 

Esta tarde me ha llamado. Yo estaba en duermevela con la programación de Antena 3 cuando ha sonado el móvil. «Hola, soy Jonás, tu vecino. ¿Ya te has puesto el Vick Vaporub? No te descuides si quieres evitar el contagio.» Y, a continuación, se ha enrollado con que quería pasarme una encuesta sobre la percepción del coronavirus entre la población de riesgo: «Porque ¿tú tienes más de sesenta y cinco años, no? Eres población de riesgo, ya me lo parecía…» Por lo visto le han contratado de no sé qué facultad de psicología para que pase la encuesta, a cincuenta céntimos la entrevista. Total, el rollo de siempre, que si los vecinos debemos ayudarnos, que solo nos llevará unos minutos, que si no te va bien ahora te llamo a la hora de cenar etc.

—Vamos a ello —he accedido con desgana, desde el convencimiento de que sería más práctico contestar a la encuesta que justificar por qué no quería hacerlo.  

—De acuerdo, todo gira en torno a la pregunta «¿Qué sensación le produce la crisis del coronavirus?» y se centra el diez ítems como «rabia», «inseguridad», «opresión», etc. Debes decir qué sensación te produce la situación en que vivimos. ¿De acuerdo? Y caben matices. O sea, puedes decir si te produce mucha, bastante, poca o nula rabia, inseguridad, etc. ¿Está claro? Son diez ítems, ya te digo. Cuando quieras empezamos.

—Adelante, dispara.

—Vamos a empezar. ¿Te produce rabia la crisis del coronavirus? ¿Ninguna, poca, bastante, mucha?

—Poca, a mí esto de estar confinado me cabrea a ratos, pero rabia, lo que se dice rabia… no.

—Inseguridad…

—Bastante; si al menos los del gobierno hablaran claro y no con medias verdades…

—Es suficiente con que digas bastante… Vamos a la siguiente. Opresión…

—Ninguna.

—Reclusión…

—Nada, esto de estar encerrado no me afecta lo más mínimo. Ventajas de ser huraño.

—Esperanza…

—¿Esperanza de qué? Yo no espero nada de nadie. Ni de mí mismo.

—Solidaridad…

—¿He de serte sincero? Solidaridad, la justa —y luego he pensado que quizá estaba siendo muy solidario con él, porque mira que Jonás es pesado…

—Impotencia…

—Eso sí que lo noto. Mucha, muchísima impotencia. ¡Me siento impotente! —le he contestado sin darme cuenta de que me estaba metiendo en un jardín atestado de flores…

—¡Me lo temía! —ha exclamado el cabrón de Jonás— ¡A tu edad es lo propio! Me lo imagino: solo en tu casa, encerrado con tu propio juguete, y con poca potencia. ¡Un drama! Mi recomendación es muy clara: dos toques de Vick Vaporub en los huevos, tres veces al día, y un ligero masaje en la rabadilla, en sentido inverso a las agujas del reloj. Mano de santo.

Le he colgado. Hoy a las ocho de la tarde no saldré a aplaudir. Ya lo he decidido.