Ana Portnoy (Buenos Aires, 1950) es fotógrafa free-lancer, su especialidad más reconocida hoy es el retrato. En 1977 se trasladó a vivir a Barcelona donde se inició en la fotografía junto a Elena Schlesinger, Humberto Rivas y Carlos Bosch. Sus primeras fotos, a primeros de los años ochenta, fueron de niños para ilustrar los fascículos de la Enciclopedia práctica de Psicología, dirigida por el Dr. Joan Corbella (Orbis, 1985). En 1988 empezó a trabajar para El Periódico de Cataluña, realizando reportajes de temas sociales: el pueblo saharaui, los aceituneros de Jaén, las mariscadoras gallegas. En 2011 inició su proyecto de retratos de escritores con el que realizó la exposición: Un disparo al autor, inaugurada en el Centro Cívico “Pati Llimona” del Ayuntamiento de Barcelona en el marco de BCNegra 2014 y que anduvo exhibiéndose durante cinco años ininterrumpidamente en bibliotecas públicas de toda Cataluña y también fuera de ella (L’Hospitalet de Llobregat, Girona, Lleida, Salamanca). Su otra exposición, La Vida Entera, que finalizó en CaixaForum Barcelona en el año 2016, fue el resultado de un proyecto europeo de trece países y elaborado por gisme (Grupo Interdisciplinar de reflexión y Soluciones Matemáticas para Entidades) y coordinado en España por Javier Tejada sobre el envejecimiento activo y saludable. La exposición es un ingente archivo de retratos de personas mayores de setenta y cinco años.
Carlos Zanón devolvió la mirada a la fotógrafa; desde su doble posición de escritor y retratado escribió: “Ella mira y dispara. No mueve nada de sitio pero cuando guarda la cámara ya nada es igual. Ella como fotógrafa nunca molesta ni importuna. Pide un permiso que no le hace falta. Nunca dispara a quien no quiere. Nunca deja prisioneros y pocas veces enemigos. Ella llega, dispara y no se va nunca. Está ahí y tú lo sabes.
Quizás Ana Portnoy no lo sepa pero es una excelente fotógrafa de niños. Niños viejos, adultos cansados y sobreactuados. También perdidos, envidiosos, lúcidos y algunos hasta felices. Miren esas fotos de escritores de novela negra. Esos tipos y esas tipas poniendo caras de malos y malas. De hombres y mujeres duras. Tratando de parecer animales hermosos. Queriendo parecerse a lo que escriben, al dolor, la fantasía y el desamparo de lo que plasman, retorcido, voraz y lento, en las páginas de sus novelas…”
P.: ¿Por qué Barcelona?
R.: Mi corta historia en Argentina ─salí con 26 años─ está marcada por la militancia política y por el golpe militar de Videla el 24 marzo de 1976 que desató la represión más brutal vivida hasta ese momento: 30.000 desaparecidos son la muestra de esta política de exterminio, que afectó no sólo a militantes, sino también a familiares y a amigos que nada tuvieron que ver con la actividad política. Hubo desaparecidos en mi familia, y los últimos meses hasta poder salir del país vivimos en la clandestinidad. Salí, con mi hija de 3 años y embarazada de 6 meses, con documentos falsos, con un DNI que era un desastre, porque se emborronó la huella cuando la puse, y tuvimos que arrancar la página y volver a ponerla, pero entonces salteaba la numeración de una página… Salí de la mano de Eduardo Luis Duhalde (1939-2012) —que llegaría a ser secretario de Derechos Humanos de la Nación desde 2003 hasta su muerte y que fue quien, con Néstor Kirchner, empezó los primeros juicios sobre la dictadura—. Me dijo que salía para Europa para denunciar lo que estaba pasando en Argentina. Me sugirió que viniera a Barcelona donde faltaba gente que explicara lo que se vivía en Argentina. “Allí te contactaremos con Vázquez Montalbán, con Pep Ribera del CIDOB, con intelectuales y activistas de izquierda”, mientras él se quedaba en Madrid. “Te va a gustar Barcelona, verás qué linda es Barcelona de noche…”, me dijo. Así fue como el sábado 12 de septiembre de 1976 me llamó y me dijo: “Me voy a Europa y la nena y vos se vienen conmigo”. Una vez que pasamos la frontera (¡48 horas por tierra para llegar a Brasil!), me quedé en casa de unas tías mías, hermanas de mi mamá, italianas, que vivían en São Paulo. Viajé un día con Eduardo a Brasilia para pedir un salvoconducto a la embajada mexicana en Río de Janeiro para poder llegar a México. Quería llegar allí porque sentiría más proximidad con lo que había vivido; al menos no habría tanta ruptura: significaba contactar con la militancia, aunque no fueran los mismos militantes con los que había luchado. Tras una espera, que aunque corta se me hizo interminable, por fin llegó y viajamos enseguida. A los 15 días nació mi hijo, pero a los 5 meses me vine a Barcelona. En México me recogieron en el aeropuerto los hermanos de Eduardo y viví con ellos hasta la llegada de mis padres, con quienes pude, finalmente, reencontrarme ya que también habían tenido que huir sin tiempo ni posibilidades de comunicación entre nosotros. Parí a los 15 días de llegar habiendo tenido un solo control médico en todo el embarazo. Juan nació sano, pequeñito, porque lo hizo 15 días antes. ¡Demasiado trasiego, pobrecito!
Llegar a Barcelona me devolvió a la vida, debo confesar que sentí por esta ciudad un amor a primera vista. Barcelona vivía su contagiosa primavera democrática. La gente estaba contenta, esperanzada. Había ilusión. Corrían los primeros días de marzo de 1977 y yo acababa de cumplir 27 años.
P.: ¿Cómo fueron esos primeros días? Dejar un pasado horrible y empezar una nueva vida…
R.: La historia de Argentina forma parte de otra muy larga y creo que no es el momento y el lugar para contarlo. Es hablar de una Argentina de hace muchos años…. Lo importante es que pude salir de allí y salvar mi vida y la de mis hijos. Barcelona me gustó y aquí me quedé. Mis padres permanecieron un mes más con los chicos en México y yo me vine sola para encontrar un sitio donde vivir. Paré en casa de una pareja de argentinos que vivían en la calle Móra d’Ebre (¡pura montaña!). Cada vez que llamaba por un piso preguntaba si estaba en la montaña… No era una tarea fácil encontrar un piso donde vivir, así que llamé a mis padres y les dije que se vinieran y que ya lo encontraríamos juntos. Y así fue. Paramos en un Apartotel en Meridiana/Aragón y luego mi papá compró a la vuelta de allí un pisito en El Clot y así comenzó a normalizarse nuestra vida en Barcelona. Mi padre montó un bazar en el barrio del Carmel y empecé a trabajar allí. Más tarde lo llevé yo, cuando él y mi madre se fueron a vivir a Mallorca. Tiempo después, con mi compañero argentino de entonces, en 1981, marchamos a vivir al centro de Barcelona, concretamente lo que conocemos por la derecha del Eixample barcelonés. Desde entonces no me he movido de lugar. Llegué con 31 años al barrio y aún estoy aquí con 69.
P.: Tu formación en Argentina… ¿Hubo tiempo para ello?
R.: Terminé el bachillerato con 16 años y a los 17 me “proletaricé” y me fui a charquear carne en frigoríficos… Corrían los años de la “revolución cultural” en China, y el mensaje era que si cambiabas el alma, cambiabas el mundo. Era copiar modelos y todas esas cosas… Cuando dejé esa organización me inscribí en la Facultad de Filosofía y Letras, pero como te comenté, por poco tiempo, ya que seguí en otras organizaciones y pasaron muchas más cosas…
P.: Los orígenes marcan…
R.: Creo que mucho. Mi sangre es ítalo-rusa. Y tengo la nacionalidad italiana de mi madre, que se llamaba Adoloratta Giannelli. Mi padre nació en Rumanía, sus padres vivían en Odessa, eran judíos y tuvieron que huir por la persecución que sufrían. Llegan a Buenos Aires cuando él tenía 2 años, y mi mamá, desde Bari, a los 16. Las primeras fotos que hice y publiqué fueron de niños, pero mi sueño era hacer reportajes. Hice uno, con Alberto Szpunberg, poeta y escritor, que en ese momento era mi compañero, pero que no llegó a publicarse. Se trataba de un reportaje sobre Rogelio Rivel, hermano del gran payaso Charlie Rivel. Presenté las fotos al concurso sobre el mundo del payaso que se celebraba en Cornellà de Llobregat y gané el 1er premio, con la gran satisfacción de que el jurado estaba compuesto por Joan Brossa, Ignasi Riera y Miquel Porter, entre otros. Y el premio era de 150.000 ptas. (!!!) Eso me dio pie a lanzarme a abordar mis sueños. Llamé al El Periódico de Cataluña, les dije lo que tenía y al poco tiempo publicaron el reportaje, y ¡en portada! Ese fue el inicio de una colaboración de cinco años en el suplemento dominical en el que pude desarrollar finalmente esos otros reportajes.
Si no me comunicara me moriría. Para mí la fotografía es la posibilidad de explorar otros mundos, de formar parte del paisaje humano por unos momentos y acotarlo. Soy curiosa de los mecanismos del alma. Hacer un retrato es un momento de encuentro, de acercamiento, un momento íntimo, de comunicación. Yo hago fotos en la calle pero siento que en ese instante se detiene el tiempo y el espacio.
P.: ¿Siempre has hecho de fotógrafa?
R.: No siempre, ni en los primeros años de estar en Barcelona, ni los años que siguieron a mi colaboración con El Periódico. Cuando acabó mi colaboración sufrí una crisis que me llevó tiempo superar. No abandoné la fotografía porque me dediqué a la documentación gráfica, colaborando con editoriales en la búsqueda de fotografías para ilustrar libros, fascículos, enciclopedias… Colaboré con Barcelona Metrópolis, Círculo de Lectores, Barcanova… Aprendí de ese trabajo y Ramon Alberch (arxiver en cap de l’Ajuntament de Barcelona entre 1989-2004) me encargó una investigación sobre cómo se descartan las fotografías de los archivos institucionales. Empecé a leer mucho sobre eso en los años noventa y estuve mirando en diversas instituciones internacionales. Me acuerdo de haber leído: “Cuando una foto lo conmueva, no la tire”. Porque hay fotos que no son perfectas pero que conmueven, provocan. Perfectas son las fotos publicitarias y no provocan ningún sentimiento… Fui durante cinco años secretaria de la Asociación de Fotógrafos de Prensa, donde conocí a muchísimos fotógrafos de prensa de todos los periódicos y entonces en vez de ir a un archivo concreto contactaba con quien sabía que las había hecho…. Esos fueron mis años de silencio en la fotografía.
P.: Para no perder el hilo ya te volveré a preguntar por ese silencio… Ahora cuéntanos antes algo de esa relación temprana con Elena Schlesinger, Humberto Rivas y Carlos Bosch.
R.: Ellos fueron mis referentes fotográficos aquí. Elena era mi vecina, argentina también, que había hecho cine en Argentina antes y con ella hice un curso muy breve. Era el año 1982. Lo hacíamos en su casa, que estaba en la esquina de la mía. Allí aprendí a revelar, soñaba con tener un laboratorio grande, con pileta y todo… Y lo tuve, pero al poco tiempo empecé a trabajar en El Periódico y pasé a trabajar con diapositivas color. Mi primer y único aprendizaje regulado fue ese curso de meses con ella.
Carlos Bosch vivió aquí muchos años, argentino y vecino, también. Trabajó para El País, para El Periódico. Para mí, el mejor fotógrafo que he conocido. ¿Viste esa foto que le hizo a Julio Cortázar (1983), con las manos en la cara y que ganó el premio FotoPress de ese año? Para mí fue un referente, alguien que me alentó. Le gustaron mis primeras fotos, como encuadraba… Me descubrió. Nunca imaginé que hubiese acabado siendo fotógrafa. Siempre me había interesado por la palabra, nunca por la imagen; de hecho, me hubiera gustado hacer cine o ser escritora. Cuando descubrí que podía expresarme a través de la fotografía, me pasé un año haciendo autorretratos, muchísimos. Eran en blanco y negro y copiaba las fotos yo misma: necesitaba plantarme delante de la cámara antes de fotografiar a otras personas. Fue entre 1982 y 1984. Carlos fue un estímulo para mí; recuerdo que nos decía: “Agotá la óptica normal. Ya tendrás necesidad de utilizar otras”. Tenía razón (y no solo en eso).
Cuando empecé con Humberto Rivas en 1990 fue como hacer un curso superior porque yo ya trabajaba para El Periódico. Fue genial. Era un contraste total porque él era un fotógrafo de estudio y yo de calle. Mi autorretrato de 1992 lo hice en su estudio como parte de una práctica, con un jersey que llevaba puesto Matías, mi compañero en la clase con Humberto. En 1982, justo diez años antes, hice mi foto más querida: el autorretrato con mis hijos; en mi habitación, frente al espejo, los chicos se pusieron detrás y quedamos reflejados los tres. Es una foto que me encanta, que quiero mucho. Cuando estaba haciendo ese curso con Rivas realicé fotografías de una pareja que bailaba tango y que había hecho un espectáculo en el centro cívico Can Felipa. Se publicaron en El Dominical de El Periódico, a doble página. Y aún se encuentra en Google: “Tango, Ana Portnoy”. ¡Después de casi 30 años!
P.: Y BCNegra 2014 fue tu debut en Barcelona…
R.: No, en realidad, mi debut en Barcelona fue retratando niños para los fascículos de psicología, después fue en el suplemento dominical de El Periódico como colaboradora estable haciendo reportajes con propuestas que hacíamos la periodista y yo. A lo largo de cinco años trabajé solo con dos: Miren Alcedo y Pepa Pueyo; preciosas mujeres, sensibles…. No es que ganásemos mucho pero teníamos dietas, viajes, coche en el aeropuerto… Nunca nos aprovechamos de nada. Fue una época maravillosa de trabajo. Cuando viajaba, venían mis padres que vivían en Mallorca y cuidaban a mis hijos. El reportaje significaba el retrato colectivo. La recogida de la aceituna, por ejemplo: llegabas y convivías con ellos, formabas parte del paisaje por un momento. Fue de 1988 a 1992. Cuando acabó el trabajo en El Periódico, entré en crisis con la fotografía: son los años que me dediqué a trabajar en editoriales como documentalista gráfica. Silencio total de fotos…
P.: ¿Tenía una causa ese silencio?
R.: Sentía que no tenía nada que me motivara, que no tenía nada que decir. No sabía lo que quería hacer… Entonces en 2011 fui a la Librería Negra y Criminal con Raúl Argemí (militamos juntos en Argentina) y al cabo de un tiempo Montse Clavé, la excelente librera de Negra y Criminal, me comentó “¿Por qué no haces fotos de escritores, ya que venís por aquí?” Y así empecé. Tengo anotados en una libretita, de Revlon, una chiquitita, con un millón de tonterías anotadas allí, que no la tiro, con los nombres de los dos primeros autores que he retratado. ¿Sabes a quién fotografié? A Carlos Zanón y a Andreu Martín. No la tiro porque significa mi inicio de este proyecto de retratos de escritores. Un lindo recuerdo. Yo ya había hecho fotos de escritores de habla inglesa para la revista SeapkUp (John Carlin, Ian Rankin…) pero entonces lo hacía de otra manera; hoy en día habría hecho mejor esas fotos… Fue en la Librería Negra y Criminal que se me ocurrió este proyecto. Me gusta la literatura aunque no soy especialmente fan de la literatura negra, pero nunca imaginé que llegaría a hacer ese archivo de escritores que tengo hoy. Leí mucha poesía, pero cuando hice un taller de literatura con Ana Basualdo, la dejé un poco de lado y leí más narrativa. Hoy la vuelvo a retomar. …
P.: ¿Te llamaban de la librería Paco Camarasa o Montse Clavé cuando había un acto con escritores?
R.: No me llamaban, no. Yo iba todos los sábados por la mañana. Me acercaba a los escritores que había allí y se dejaban fotografiar sin resistencia; me respondían “sí, sí”. Lo que quiero lo hago saber, en eso tengo mucha seguridad y si no quieren, no insisto; me retiro y ya está. Los años me han dado mucha más confianza y ahora que mucha gente me conoce aún me resulta más fácil acercarme. Siempre les envío las fotos y les pido el consentimiento de cuál les gusta más para subirla a mi web. Es importante que se reconozcan y que se sientan representados. Y así también queda constancia de su consentimiento. Tot plegat, lo que más me gusta en el mundo es la literatura.
P.: Hablemos de la exposición “Un disparo al autor”. Allí estaban todos esos escritores de novela negra: Cristina Fallarás, Andreu Martín, Toni Hill, Dolores Redondo, Maruja Torres, Teresa Solana, Rosa Ribas, Willy Uribe, Börge Hellström, Petros Márkaris, Juan Madrid, Alexis Ravelo, Carlos Zanón, Lorenzo Silva… Sé que no menciono a todos…
R.: Eso fue en enero de 2014. Hay otros, sí… Ahora no recuerdo, tendría que mirarlo… Hay una foto que fue de un solo disparo… Cuando me gusta a la primera, a veces no insisto. Sé lo que busco, sé lo que quiero. Otras, en cambio, se endiablan. Lo que me gustaría, no sé en qué momento, puede que en 2021 que van a ser diez años de estar retratando con una misma línea, es que mi archivo, que es íntegramente digital, forme parte de un archivo institucional. No para que estén expuestas, sino para que en cualquier momento pudieran ser consultadas. Son fotos de escritores, no solo de novela negra, que viven en Barcelona o han pasado por la ciudad en algún momento de su vida y estas fotos son testimonio de su paso. Tal vez porque vengo de un lugar de desaparecidos, me importa tanto dejar testimonio, en este caso, de personas que han formado parte en unos años de la vida de esta ciudad. Una imagen es siempre evocadora.
P.: ¿Eran todas estas fotos de tu archivo o las hiciste expresamente para la exposición de 2014?
R.: Eran todas del archivo, no las hice especialmente. Presenté un proyecto al “Pati Llimona” y me lo aceptaron. Me llamaron para decir que me lo aprobaban. Esa muestra me dio muchas alegrías, fue como el primer reconocimiento a ese proyecto que había empezado. Y me acompañaron mis vecinos, mis amigos y hasta los antiguos maestros de mis hijos…
P.: Tu calle preferida de Barcelona debe ser la calle de la Sal… ¿Es especial la luz de la Barceloneta?
R.: Sí, pero la verdad, la verdad, mi calle preferida es la Rambla de Catalunya…
P.: ¿Por algo especial?
R.: Siempre dije que era mi calle especial… Me encanta por sus tilos, por su luz. Aunque ahora esté llena de mesas y de turistas, me da pena, esa rambla me sigue encantado.
P.: Tus fotos son siempre de exterior. No eres fotógrafo de estudio. ¿Casualidad o preferencia?
R.: De estudio no soy, pero sí hago o he hecho interiores, como en los reportajes que hice para El Periódico o en las fotos de los niños. Los interiores los hacía cargando trípode, flash y fotómetro. En todos los años que llevo haciendo fotos nunca, jamás de los jamases, he hecho una foto con flash directo. Para mí es pecado, como cuenta Woody Allen cuando pregunta a un hombre cómo que él está en el infierno, qué hacía en la tierra y le contesta: carpintería metálica (risas). Siento que disparar con un flash directo es pecado. No recuerdo el nombre de la peli, la vi hace muchos años… Una foto es luz. Empecé a hacer retratos en la calle porque era el lugar donde encontraba a los escritores y he seguido haciendo así porque me gusta. Desenfoco los fondos. Ahora que lo pienso, cuando me preguntabas antes… Sí, seguro que la calle de la Sal me condicionó. Mis primeras fotos, desenfocando la calle, las hice allí. La librería Negra y Criminal era pequeñita… Sí, transformé la calle de la Sal en un fondo continuo. Ahí empezaron mis retratos. Una vez que decido el lugar, por la luz y cómo queda esa calle desenfocada, ya establezco mi plató y empezamos a hablar. Desenfoco los fondos para destacar que el protagonista es el retratado, y a nivel estético, me gusta. Así me inicié, transformando la calle en un estudio. En mi web tengo unos 550 retratos que no son solo escritores. Nunca hubieran venido a mi estudio tantas personas. De alguna manera eso da rapidez, inmediatez; en definitiva, la ocasión. Si ves las fotos hay un esquema que se repite: son fotos con luz natural, frontal porque la luz frontal difumina el hecho fotográfico (la ley de física: la luz se proyecta en ángulo), no hace sombras. Muchos dicen: siempre salimos todos lindos… Es la óptica, la luz y una cierta comodidad en el encuentro. Un retrato es un momento de comunicación entre dos personas.
P.: Alguna anécdota o especial recuerdo de esas fotos de escritores… Philip Kerr, por ejemplo. Me comentaste, a raíz de ver publicada tu foto del autor en Metrópolis (RBA, 2019) “Ese día estaba muy guapo. Estaba muy contento porque venía de encontrase con una antigua alumna, muy guapa…”
R.: Sí, sí… Me la compraron muchas veces esa foto, cada vez que sacan un nuevo libro de Kerr. Mi original es en color y el encuadre es más amplio, pero la publican en blanco y negro… Sí, me contaba eso: “… una antigua alumna, muy jovencita y muy guapa” (risas). Siempre cuento una anécdota con Andreu Martín porque fue uno de mis primeros autores, el segundo de hecho, y estaba un poco tenso y le dije “A ver, Andreu, pensá en algo que te guste mucho”. Me dijo: “Shirley MacLaine cuando era jovencita”, y a partir de ahí ya el gesto se relajó y salió todo bien. Yo soy rápida haciendo las fotos, pero a veces el gesto se tensa. Nos reímos mucho con Andreu.
P.: ¿Quién ha sido más fácil fotografiar y quién más difícil?
R.: Lo más difícil siempre es hacerla a los más cercanos y los más fáciles de retratar son con los que desde el primer momento surge una conexión, cuando hay feeling.
P.: ¿Hay diferencias entre el posado de un hombre y de una mujer, de alguien famoso a alguien más desconocido, entre alguien joven y alguien mayor? ¿Todos los rostros son bellos?
R.: Estoy pensando… Sí, hay diferencias de cómo se ponen, eso seguro. Los hombres no le temen tanto a la foto, lo contrario que las mujeres que somos más coquetas, miramos las arrugas… Con respecto a sí son conocidos o no, sea quien sea el personaje, ante la foto, no; definitivamente, no. La que manda allí soy yo. Es una manera de decir que están en mis manos. Es como si supieran que deben portarse bien (risas)… Además yo no tengo ningún pudor, tenga el currículum que tenga el personaje: Si mañana viene el Papa yo no tendría ningún problema; si él se deja, yo la hago con total libertad. No soy invasora (como tampoco me gusta que me invadan), pero no me intimida nadie. Me gusta mucho el respeto, el trato delicado. Tengo convicción en lo que hago. Siento que tengo un lugar. Carlos Bosch decía “Yo soy tímido, pero tengo convicción”; no es verdad que lo fuera, pero siempre he sentido lo mismo: convicción. Ellos no vienen a mí, yo voy a ellos. Si voy a una presentación y no hay luz, quedo en otro momento. A los escritores les regalo las fotos para uso personal, por supuesto con el crédito porque las fotos, igual que un texto o cualquier obra, tienen un autor. Y deben ser firmadas. A las editoriales sí les cobro porque eso ya es algo comercial y por dignidad y lealtad profesional: la obra no se regala, aunque tengo un abanico de precios que depende del tamaño de la editorial. Este trabajo es un proyecto personal, no lo hago por dinero, tampoco por vanidad. Tengo mi propia web, y aunque no sea tan consultado como otros espacios virtuales, siento que me representa. No estoy en instagram. Las fotos son testimoniales, se re significan con los años. ¡Cuántas fotos de Colita son testimonio de una época! “¡Qué suerte que estuviste ahí!”. Supo ser y estar. Es importante ser respetuoso, no sólo en el trato con la persona retratada sino en lo que vas a exponer. Yo tiro las fotos que están mal. En mi web no tengo colgada ninguna foto de nadie que haya quedado mal; y siempre les aseguro que ésas no circularán nunca. Podemos vernos en una foto en la que nos sintamos horribles, pues tenemos 43 músculos en la cara y un gesto puede detenerse en un mal momento. O sea, si salen mal, las tiro. A veces tengo anécdotas que no puedo contar porque hay gente muy celosa de su imagen. Con la única persona que sentí que me imponía fue con Juan Marsé, que vive en mi manzana, y no porque él fuera así, soberbio, o distante, porque es un hombre muy sencillo. Pero me pasó algo que no me pasó con nadie más. ¡Increíble! Me encanta como escritor.
P.: ¿Qué te seduce de un escritor o de una escritora? ¿Qué relación tienes con la literatura? ¿Tienes autores y autoras preferidos? Un libro especial…
R.: De un escritor me seduce cómo escribe. Puede haber gente que escribe maravillosamente bien, pero no me gusta como persona… No es necesario, aunque sí una pena. ¿Qué le pido a un libro? Que esté bien escrito, que no sea un relato lineal sino que perturbe, que conmueva, que te haga pensar. Mi gran pasión son los escritores rusos: Gógol, Dostoievski, Tolstói, Chéjov, las poetas Anna Ajmátova y Marina Tsevetáeva y podría seguir enumerando si hago memoria. Como libro de cabecera, tengo un gran amor por las Cartas a un joven poeta, de Rilke. Lo he comprado y regalado un montón de veces. Hay unas palabras de Rilke en ese libro que me gustan mucho: “Hay que estar siempre dispuesto a vivir lo más sorprendente, asombroso y extraordinario que nos pueda suceder”. También me encantan Stefan Zweig y Roberto Arlt. Más recientemente me volví loca con Isaac Bashevis Singer que ganó el Nobel en el 1978; Sombras sobre el Hudson (1957-58) es un libro enorme. Me encantó estos últimos años descubrir al autor de Ragtime, E. L. Doctorow (1931-2015). Me gusta mucho la poesía, entre los poetas argentinos contemporáneos, Alberto Szpunberg (1940). Es de una belleza…
P.: ¿Quién te falta en esa colección de escritores y escritoras? ¿Tienes un encargo o a alguien metido entre ceja y ceja para conseguir retratarlo durante BCNegra 2020?
R.: Siempre me hubiera gustado haber hecho la foto a Cortázar, me quedé con la espina… Ahora no tengo nada especial en ese sentido, pero Cortázar me gustó toda la vida. Así como a Borges lo hubiera escuchado más que hablado, con Cortázar, sí. Cuando pasó por aquí yo recién empezaba. Es el escritor con quien realmente me habría encantado hablar. Mira que aquí los tengo a todos y a mano, pero me falta Cortázar.
P.: Tu otro proyecto “La vida entera” es también un proyecto abierto, ¿verdad?
R.: Es un proyecto que no caduca. Cerrado en cuanto a que no realizaré más fotos de ese proyecto, pero me gustaría volver a exponerlo en un ámbito apropiado, pues no caducan esas fotos. Fue difícil sintetizar en una sola frase todas esas vidas… Ahí estaba Tachia Quintanar, actriz y gran recitadora hasta la fecha, quien fuera la novia de Blas de Otero que la bautizó con ese nombre. Le dijo que una mujer interesante como ella no podía llamarse Conchita.
P.: ¿Qué significa en esencia ese retratar a gente mayor? ¿De dónde proceden? ¿Cómo contactas?
R.: Hice todos los contactos a través de amigos y conocidos. En Galicia, por ejemplo, una pareja amiga me llevó de un lado a otro y gracias a ellos realicé allí cuatro retratos. ¿Qué significa? Que a cualquier edad se puede mantener la capacidad de sorprenderse, de mantener la vitalidad. Las miradas de esas personas así lo demuestran. Tenían que ser personas mayores de 75 años pero que fueran distintas de origen, de cultura, de profesión…
P.: Alguna anécdota qué contar…
R.: No, no… Lo importante de aquí es que en todas las fotos hay una mirada muy luminosa…
P.: Cuéntanos algo de esos reportajes que hiciste para El Periódico. Eran los años ochenta…
R.: Cuando fui con Miren Alcedo, antropóloga, a hacer la retaguardia del Frente Polisario, en realidad hacía seis meses que trabajaba en el diario; y cuando llegamos a Argel ni nos lo podíamos creer… Sentíamos una enorme curiosidad. Fuimos previamente a Sabadell donde había una casa de solidaridad con el movimiento saharaui… Pero con el director del suplemento dominical convinimos que el verdadero reportaje había que hacerlo en la retaguardia del Frente Polisario. Y entramos en el desierto, en verano, en pleno julio… Sólo podíamos hacer fotos por la mañana, hasta las 11, y no nos podíamos volver a mover hasta las siete de la tarde del calor tan terrible que hacía. Era extenuante, estábamos a 50º y a 0º humedad; no transpirábamos, pues las gotitas se secaban al momento. Nos pusieron en unas construcciones, habitaciones con colchones donde dormíamos cuatro o cinco personas. Los de la habitación de al lado terminaron tapándose con mantas para guardar la temperatura del cuerpo. Fue un reportaje precioso. Una gente extraordinaria y una belleza en las mujeres y en los hombres. De éstos había pocos, estaban en el frente; volvían para procrear y tornaban al frente. Las mujeres eran las que habían acabado con las epidemias y se cuidaban de las jaimas. Era una sociedad que repartía lo que había. Una gente que yo creo todavía sigue en las mismas condiciones. Ahí sí que hubo una anécdota. Fuimos a un lugar donde estaban los prisioneros marroquíes, en pleno desierto. Vivían en tiendas también. Los formaron en filas. Estaban todos muy bien tratados, pero era gente mayor, seria, sin privilegios: yo no podía plantar la cámara así; yo era libre, y yo sí estaba en una situación de privilegio. Sentí pudor de hacerles fotos. Entonces me fui como por detrás de ellos, hice la foto y hay solo uno que mira y otro más atrás que también pero un poco más desenfocado… El resto está todo desenfocado, pero esos dos rostros, esas miradas, los representan a todos. En ese momento uno se gira y me dice “¿Maradona, verdad?” Se dio cuenta que era argentina. ¡Imagínate eso, allí, en medio del desierto!
Todos esos reportajes fueron buenos recuerdos… La vida en los cortijos, en Jaén. Allí las familias se trasladaban enteras para trabajar en la recogida de la aceituna. Vivían sin luz y sin nada… Pedir retratarlos en el cortijo así, sin más, era muy fuerte. Recuerdo que una madre nos dejó pasar y dijo: “Si hay que retratar habrá que encalar las paredes, para blanquearlas”, y así lo hicieron… “Si hay que retratar a los niños, habrá que bañarlos”, y así se hizo también. Yo ayudé a secarlos… Fue un momento maravilloso.
P.: ¿Te gustaría volver a hacer reportajes? ¿Qué temas crees que te gustaría hacer?
R.: Me encantaría volver a hacer reportajes pero me gustaría que fueran más próximos, cercanos, geográficamente hablando, por España… Trataría siempre temas humanos.
P.: ¿Cuál sería tu mayor ilusión como fotógrafa?
R.: Seguir haciendo lo que hago. Tener nuevos proyectos, aunque hoy no pueda definir cuáles en concreto. Mi mayor ilusión sería que se me recuerde como haber sido testigo de una época, haber dejado un pequeño testimonio de algo… de mayores, de personas, de escritores, que según pasen los años, siempre representan una época.
P.: ¿Cuál crees que es el gran olvidado de la fotografía (lugar, comunidad, personaje…) en Barcelona y fuera de Barcelona?
R.: Yo creo… Me cuesta pensarlo, quizás los olvidados son algunos fotógrafos que he conocido. En un tiempo pensé que era Xavier Miserachs. Trabajé con él y se sentía poco reconocido, pero con los años se lo recordó. Hubo exposiciones, libros… Y logró el lugar que merecía.
P.: Y los temas olvidados… ¿Qué haría falta que retratáramos? ¿Qué nos hemos olvidado de fotografiar?
R.: Tendría que pensar en qué se dejó de fotografiar en el pasado porque hoy en día está todo fotografiado: las guerras, los deastres naturales, la explotación…
P.: ¿Cuál es tu mejor foto? ¿Por qué?
R.: Mi foto más querida es el autorretrato de 1982, la que estoy con mis hijos. Mi tierra son mis hijos. Por encima de todo. Si me preguntaran que sos: “¿Fotógrafa?, ¿Militante?” No tendría ninguna duda, por encima de todo, soy madre. Yo soy argentina por nacimiento y muchos argentinos de origen europeo somos esto que soy yo, marcados por la emigración. Y creo que somos muchos los que sentimos que nuestra patria es afectiva. La diáspora empezó en la generación de mis abuelos, por ambas partes. Mi ciudad querida es Barcelona. Reconozco Buenos Aires como mi origen, pero no siento nacionalidad. No tengo sentimiento patriótico. No lo siento.
P.: Algo que hayamos olvidado comentar y que sea importante para ti…
R.: Todo lo que hice en esta vida, todo, lo hice con amor y por convicción. Si había que hacerlo, lo hacía, y no fue fácil. Ni salió todo bien… Creo que mi generación se movió con grandes sentimientos de amor, proyectó un mundo mejor pero no lo conseguimos y la pérdida fue enorme, y nos seguirá marcando. Como dijo Chicho Ibáñez Serrador, mientras me recuerden seguiré viviendo. Por todos mis afectos, por todas las fotos que hice y seguiré haciendo, por todos los amores que tuve y seguiré teniendo. No es lo mismo no haber nacido que haber muerto. No hice, ni hago, nada por vanidad, poder, ni ambición económica. Nunca tuve dinero y nunca me faltó. Si tuviera que repetir la vida lo volvería hacer igual, en el sentido de la entrega, no en la repetición de la historia. No podría vivir la vida de otra manera. Y siempre querré descubrir nuevos mundos, personas, tener proyectos…
P.: Algo con que despedirnos de los lectores de La Charca Literaria… Alguna novedad que avanzar…
R.: En el Consulado Argentino me han pedido que haga una exposición de escritores argentinos para Sant Jordi y en el restaurante “Laurel” me han pedido que exponga lo que quiera. Me gusta el lugar. Es un sitio muy especial por la clase de gente que va, la gente que va al cine, al Renoir Floridablanca. Seguramente expondré en Laurel parte de mis trabajos de reportajes; un par o tres de cada uno: del tango, de los aceituneros… En “Lata Peinada”, la librería, por ejemplo, llevaría retratos de los autores que pasan por allí, ya tengo algunos… Todo para el 2020. También estoy preparando algo de poesía, pero a nivel personal. Me gusta, de todos mis proyectos, el recorrido que hago para lograrlos, más que el fin mismo…
P.: Casi se me olvida preguntarte algo: ¿Tienes algo que ver con El mal de Portnoy, el libro de Philip Roth?, por la coincidencia del apellido… En todo caso, es muy singular ¿verdad?
R.: El apellido es ruso y significa “hombre que cose”. Sería “sastre”, traducido, pero no existe como palabra en ruso. Creo haberte dicho que mis abuelos eran de Odessa. Mi padre nació en Rumanía porque la familia huía de los pogromos… Y mi mami era de Bari, Italia… Como dice el tango, mezcla rara de Museta y de Mimí…
Fotografía de Anna Bellomo