Tenemos el derecho de lamentar lo mucho que hemos perdido, porque ese lamento es, de algún modo, una de las pocas formas de consuelo.
W.G. Sebald
Austerlitz (traducción de Miguel Sáez) se ubica en el anaquel de notables de mi gabinete. El protagonista de esta obra intensa y profunda se llama Jacques Austerlitz, apellido de origen judío que W.G. Sebald tomó del bailarín Frederick Austerlitz, conocido internacionalmente como Fred Astaire.
Quien nos explica la historia (sea Sebald o no) relata cuatro largos encuentros con el crepuscular Austerlitz, historiador del arte, desarraigado y solitario, estudioso de la arquitectura de las estaciones de ferrocarril. En estas citas separadas por años, incluso décadas, el protagonista cuenta en dilatados monólogos la peripecia del rastreo de su propio pasado, estrechamente relacionado con la catastrófica segunda guerra mundial y el abominable holocausto.
La obra es un constructo literario que incorpora la crónica de viaje, el ensayo, las memorias, la autobiografía, el reportaje. Incluye, por ejemplo, una documentada disertación sobre las fortalezas militares o una descripción del monstruoso palacio de justicia de Bruselas, en su momento el edificio civil más grande del mundo, construido con los bienes procedentes de la inhumana expoliación y el exterminio perpetrados en el Congo (en menos de cincuenta años se aniquiló la mitad de la población nativa).
A todo ello debemos añadir las numerosas fotografías que se insertan a lo largo del texto, sin pie ni referencia alguna, en un blanco y negro envejecido que permite al lector detenerse y reflexionar sobre lo leído. Es interesante saber que Sebald tenía dichas imágenes en su mesa de trabajo mientras escribía su prosa demorada y precisa, de largas frases que a veces son pura letanía, confiriendo a la obra un aire melancólico donde la condición humana se desnuda y es narrada con estilo magistral.
Jacques Austerlitz personifica la historia de un desarraigo crónico, de un recogimiento casi autista, a la búsqueda de un pasado desconocido y de un futuro inasible. Porque la memoria, la utilidad de los recuerdos, el viaje, son temas que W.G. Sebald trabajará a lo largo de toda su obra. Una obra donde el hombre, pese a su experiencia vital, pese a su cultura, observa con desamparo un mundo irremediablemente incomprensible.
W.G. Sebald murió prematuramente a los 57 años en un accidente de automóvil el día 14 de diciembre de 2001. Austerlitz se había publicado el mes anterior, concretamente el día 6 de noviembre. Cuando descubrí que la suma de las cifras de ambas fechas sumaba 11, la traba para exhumar el poema estaba decidida. A partir de la página 7, primera de la obra y de la cual tomaré el título, me desplazo sumando 11 y de cada página elijo un verso (18, 29, 40… 293). En este caso, cabe señalar que de cuatro páginas de la serie (194, 238, 249 y 282) es imposible hacerlo ya que están ocupadas íntegramente por una fotografía. He aquí el resultado:
Oscura nave
Una ciudad
del abismo la imagen.
Casi sin árboles,
delgado lápiz de tinta
de otoño.
A vista de águila
costumbres nativas,
una especie de umbral mágico.
Vimos entonces
los contornos de la tierra,
el insomnio,
la sala de espera,
mi origen.
Y ahora
de puerta en puerta,
un prestidigitador y su ayudante
– bohemios extinguidos –
descendían lentamente
a la leyenda.
Quizá por ello
no había más que lugares de transbordo
en penumbra.