“Meridiano de sangre me parece la auténtica novela apocalíptica americana”
Harold Bloom
En las zonas más violentas de mi gabinete se yergue altivo este western fronterizo y magnético. Con traducción de Luís Murillo Fort, esta obra de Cormac McCarthy tiene dos protagonistas indiscutibles: el paisaje y el juez Holden. Ambos son descarnados, áridos, crueles, violentos y propenden a la reflexión. Hay quien traza paralelismos con Melville (Moby Dick) y dicen también, creo que con toda la razón, que McCarthy se inspiró para su personaje del juez en el coronel Kurtz, ese Brando demente y mesiánico de Apocalypse Now (versión Redux, por supuesto) a su vez inspirado en el Kurtz de El corazón de las tinieblas de Conrad. El juez Holden es un gigante albino y alopécico, insomne eterno, virtuoso violinista, violador de niños y niñas, asesino frío y con un magnetismo sobrenatural digno de un demonio. Demuestra conocimientos en paleontología, arqueología, lenguas, derecho, geología, prestidigitación… El juez Holden es un filósofo. El juez Holden es el mal.
La acción discurre a mediados del siglo XIX, donde la banda de Glanton (que existió en realidad), a sueldo de terratenientes del territorio fronterizo entre México y Estados Unidos, se dedica al genocidio de las tribus nativas para facilitar la posterior colonización, demostrando con las cabelleras arrancadas los cadáveres cobrados. Pero los mercenarios de Glanton se exceden a menudo en su cometido, y su codicia les lleva a arrasar también pacíficas aldeas de campesinos, caravanas de inocentes viajeros y buscadores de oro, dejando a su paso un rastro de violencia y muerte que parece no tener fin. Un grupo de hombres que se adornan con cananas de orejas humanas secadas al sol y que no dudan en aceptar el liderazgo del juez, más cruel y perverso que todos ellos juntos y con una capacidad oratoria que explica la guerra como único rasgo humano real, puesto que el resto es sólo moral pazguata y artificio.
La lectura de Meridiano de sangre me retrotrajo a una televisión en blanco y negro donde descubrí el Western. Lomas y llanuras, caballos y jinetes, revólveres, rifles, flechas y saloon. Vaqueros. Y esa fascinación infantil por el lejano Oeste se tornó en admiración por la poética de la violencia que está presente, creo, en nuestra naturaleza más atávica y halla su máxima expresión cinematográfica en los western de Sam Peckimpah (especialmente Grupo Salvaje).
La poética de la violencia es el camino para exhumar el poema. La traba para conseguirlo se inicia con la introducción del título en el buscador de buscadores. El sabueso informático me indica que, en 0.56 segundos, de Meridiano de sangre ha hallado 404.000 resultados. Si sumamos los dígitos, la cifra resultante es 8. Así pues, saltando de 8 en 8 páginas (e iniciando la búsqueda en la número 16, la primera que corresponde a la novela: 16, 24, 36… 396), por orden y sin poder retroceder en la elección, hallaré cada verso del poema. Su título corresponde a la página 16.
Infierno
Empezó a sacarle un ojo.
Por delante de un largo pórtico
un cuchillo viejo
cada hombre con su rifle
susurro de flechas
en aquel purgatorio de arena.
Leprosos gimiendo por las calles
un sonido solemne
pura idolatría
recorrieron los callejones
por aquel terreno destripado.
El juez subido a su roca
tiene orejas de zorro
un vestigio de rabia sin nombre
dando dentelladas:
“Matanza,
voy a matar”.
Marea de sangre primordial
escabrosa pared.
Cogió la pistola
sacudiéndose en sueños
salpicó de sangre a los jinetes
su pecho un harapo ensangrentado.
La guerra es la forma más pura:
un hombre quemado vivo
colgando de la cuerda
desde el despuntar del día
la arena oscureciéndose de sangre
bajo la capa de nubes.
Un estrepitoso concierto de gemidos
frente a los burdeles
nunca morirá.