Una carta de doña Mercedes a sus empleadas

Las cartas boca arriba

 

Pamplona, no sé qué día de no sé qué año

 

Queridas subalternas:

 

Gracias a un cursillo de increación literaria y a otro de mejora de la topografía i la sintaccis os escribo a las dos a la vez para cantaros las cuarenta. Es lo bueno que tiene la informántica: con una sola carta se cubre el expediente. Así que el mismo escrito vale para ambas, que sois dos. Excusarme (aunque me importa un pimiento, es pura y simple retólica) los errores y las flatas; escribo con mano temblorosa porque llevo cinco copas de vermú, que es lo que necesito para deciros con claridad lo que pienso y quiero, como diría un mejor escritor literario. Hasta aquí llega la urbanidad y la buena educación. Ahora vamos a lo que importa.

¡Sois unas putas ladronas, rateras y pelanduscas, por abreviar! Ya sabía yo que me robabais, para pagarte, tú, Pilar, la dilapidación por láser, aunque, a día de hoy, la superficie de tu cuerpo sigue pareciendo un campo de rastrojos. Y tú, Asunción, para hacerte la liposucción de barriga que no te pudieron acabar por falta de presupuesto. Ahora, sin las diez arrobas de sebo que te sacaron, pareces un envoltorio sin contenido. De sobras sabía yo que me estafabais una camisa por aquí y un abrigo por allá. Eso es lo que hacen todas las empleadas de tintorería cuando cobran una miseria, y yo lo puedo comprender. Pero vaciarme la billetera mientras yo andaba gozando con Manolín en la trastienda, ¡eso no os lo perdono!

Yo puedo aceptar que no os pagaba (ni os pagaré) lo que marca el convenio de la plancha, pero vosotras tampoco hacíais las horas prescreptivas. Porque ahora una, y después la otra, os pasabais la mañana privando en el bar de la esquina o robando latas de anchoas en el supermercado. Que lo sé. Que os va la birra y los encurtidos. Pero luego, os turnabais y alargabais la cháchara mientras almorzabais un bocadillo de morcilla de Burgos con ajos tiernos y calamares en Los Pajaritos. ¡Más os hubiera valido comeros una loncha de jamón de pavo, que no tiene hidratos de carbónico, en lugar de tanta grasa, acémilas!

Pero además de ladronas se os devora la envidia. ¡Nunca podréis imaginaros lo que me hacía Manolín en la trastienda! Que si la pinza birmana, el carrete holandés, la ferlatio alemana, el remete-sin-sacar ruso, la doble incineración negra y la triple intromisión (esto solo una vez)… lo cual da razón de los aullidos de placer que escuchabais desde el mostrador. Ya sé que esas técnicas son demasiado modernas para vosotras. Conformaros con saber que son las aberraciones de moda en Pamplona. ¡Ya os gustaría probarlas, pareja de indoctas!

No voy a negar que lo cubrí de oro y joyas (le compré el Cristo del Dalí de tamaño supergrande) y aún me salió barato… Ni diez legionarios con su cabra me hubieran hecho en diez días lo que Manolín me hizo en media hora. Me faltó piel y aberturas naturales y no naturales para dar salida a tanto placer. ¡A ver si espabiláis, pareja! ¡Que no hay más vida que la que arde y vosotras, aleladas, no sabéis ni encender la mecha!

A partir de ahora quedáis avisadas: o reaparecen los billetes en mi billetero o contrato a los Nazarenos para que os den una paliza en un descampado. ¡Y los Nazarenos no bromean! Porque a mí no me roba ni mi madre —¡que en gloria esté!—, que para eso soy la jefa y mando yo. ¿Entendido?

Se despide de las dos,

 

Mercedes, que no os quiere nada.