Cartas crueles

Las cartas boca arriba

 

 

Hoy día la gente no escribe cartas; prefiere enredarse en las redes sociales, olvidando que también puede comunicarse con tinta y papel. Desconozco las razones, pero intuyo cierta soledad en quienes viven pendientes del mensaje electrónico. Hubo un tiempo en que el mundo virtual era una aspiración, y mientras ese anhelo no se materializaba, la gente exponía sus cuitas, declaraba su amor o, simplemente, insultaba, a través de las oficinas de correos. En una de esas oficinas trabajé treinta años y durante ese tiempo no hubo carta en Pamplona que no pasara por mis manos. Fue entonces cuando ideé un plan de carácter regeneracionista: analizar el contenido de algunas cartas,  tomadas al azar, y descubrir la basura que se escondía en ellas. Lo acepto: soy un cotilla, pero también un moralista que aspira a la mejora de la sociedad.

Un día cayó en mis manos una carta dirigida a doña Mercedes Rodríguez de Carcagente, la esposa del que fuera director de la Banca Pía, una mujer enérgica y voluptuosa a la que tenía vista en los entreactos del Gayarre. Aquella carta se la enviaba un obispo lujurioso que, con sorprendente familiaridad, le declaraba sus ardores. Enseguida quise conocer más detalles del asunto y escarbé en otras cartas que recibiera doña Mercedes o alguno de sus familiares y amigos. A medida que profundizaba en ellas, mi interés por esta mujer fue creciendo con la efervescencia del gas carbónico, y lo que comenzó siendo mera curiosidad devino en insaciable obsesión.

Dediqué trece años de mi vida a doña Mercedes y sus cartas. Pero además la seguí en sus viajes, la vi cenar en restaurantes, paladear vinos, fumar cigarrillos; la vigilé en cines, plazas de toros, conferencias, misas y procesiones; la oí opinar, suspirar, discutir; la fotografié bebiendo absenta en Los Pajaritos, tomando café en los juzgados, visitando a los policías del barrio viejo… Me interesé por su conducta, pero también por sus interioridades: quise descubrir los motivos de sus acciones e interpretar su manera de estar en el mundo, tan tormentosa y esquiva a la vez. Con el tiempo descubrí que doña Mercedes era una artista del escaqueo.

Y cuando las glándulas de mi organismo tomaron parte en el asunto, no pude sino desear poseerla físicamente, fundirme con ella, morir en sus brazos… Sin embargo, doña Mercedes, aquella mujer apasionada y glacial —tan próxima y lejana a la vez—, se carcajeó de mis pretensiones y consiguió con su desprecio remover toda la insatisfacción que había ido acumulando en mi alma durante años. Ese y no otro fue el motivo que me decidió a publicar sus cartas.

Tras errar por varias editoriales, finalmente he conseguido que La Charca Literaria se avenga a publicar la correspondencia de doña Mercedes. Es buena masa para su pastel fangoso. Quizá alguna de ellas todavía levante ampollas en Pamplona; quizá sirva para resolver delitos que no han prescrito. ¿Qué decir, por ejemplo, del atraco a la sucursal de la Banca Pía, la defenestración de Pilar Ochoa, el ahogamiento del sacristán de San Nicolás? ¿Y qué decir de la desaparición del ciego Zacarías o del hallazgo de una mano cortada en el Arco de Bará, en Tarragona? ¿Qué relación mantuvo doña Mercedes con tales sucesos —si es que mantuvo alguna—, a pesar de no haber dejado rastro, testimonio ni palabra escrita que pudiera incriminarla? En estas cartas se revelan pistas y se activan conjeturas.

Ahora salen a la luz en versión papel, editadas con esmero por La Charca Literaria. Dejo en sus manos, queridísimo lector, la transcripción de unos escritos que juzgo comprometidos. Si usted es amigo del chisme y el infundio, quizá disfrute al leerlos tanto como yo disfruté copiándolos. Ponga atención a lo que en esas cartas se dice, vaya atando cabos y quizá consiga, al final del libro, confirmar sus sospechas. Por mi parte, desaparezco hasta nueva orden. No es cuestión de ir tocando los cojones a la Justicia (con perdón), porque esto de leer cartas ajenas está prohibido y penado por la Ley.

 

(La ilustración es de Edu Barbero, retocada por Lolita Lagarto).