Un caso navideño para el detective Elías Gómez

La Charca en Navidad


Calle del Pez. Un vetusto inmueble en el corazón del viejo Madrid, de esos de techos altos que necesitan reforma y una buena mano de pintura. En la puerta, el clásico cartel grabado con sutileza en el cristal esmerilado, solo que es ilegible, puesto que el manitas de turno, Ceferino Sardón, cuñado en paro del detective Elías Gómez, en vez de rotularlo al derecho desde fuera, que sería lo más lógico y, sobre todo, lo más fácil, pensó que, escribiéndolo “al revés” desde dentro del despacho, permitiría la lectura correcta.

Así tendría que aparecer el letrero visto desde fuera:

Así se vería desde dentro:

Sin embargo, así fue cómo lo rotuló desde dentro el citado Ceferino, volteando tan solo las letras:


Y así es cómo se «lee» desde fuera:


O sea: ilegible, por dentro y por fuera.

Los que pretenden leer el rótulo antes de entrar al despacho han de echar imaginación al asunto para descifrar su contenido. Porque hay dos caminos para hacer las cosas: el lógico y el complicado. Y Ceferino Sardón, el cuñado de Elías Gómez, era de los que siempre elegían el complicado. Todo un genio.

Milagrosamente, de vez en cuando, algún cliente incauto llama a la puerta. Tal vez porque esta es la única agencia de detectives que hay en la zona.

¡Toc toc!

—Buenos días, señor… ¿Zemog? ¿No será usted judío?

—Elías Gómez para servirle. Buenos días ¿Qué desea?

—Vi su anuncio en la prensa y decidí venir para contratar sus servicios.

—Usted dirá. Soy todo oídos.

—Pues me llamo Ernesto Valdecantos y soy el gerente comercial de Galerías Pringados. Verá usted. Por estas fechas solemos contratar a una persona para que haga de Papá Noel. Ya sabe. Un reclamo en la entrada del establecimiento con el objetivo de que los clientes vengan a comprar trayendo a sus nenes para que se sienten en las rodillas del gigante barbudo y le cuenten que han sido buenos y que esperan muchos regalos estas fiestas. Pues resulta que alguien, sin duda de alguna banda organizada de maleantes, nos ha dejado en el buzón un aviso de que nuestro reclamo publicitario ha sido secuestrado y nos piden ocho mil pavos para soltarlo. ¡Por ese dinero prefiero que se lo queden!

—Ya, comprendo. Debe darme los datos del presunto secuestrado: una fotocopia del DNI y del contrato de trabajo, su dirección y teléfono. ¿Hay alguna foto además de la del DNI? Tráigala. Escuche: es importante que nos cuente cualquier cosa que nos oriente en la búsqueda. Sería para mí de gran ayuda saber por ejemplo si tiene usted alguna deuda pendiente con alguien. Ya sabe… dinero, facturas sin pagar y todo eso. Algún enemigo que quiera hacerle daño. A usted o al secuestrado. Así que desembuche.

El detective saca un viejo cuaderno y toma nota de algunas peculiaridades que le va desgranando el tal Ernesto. Luego, con cara seria, hace un profundo silencio, enarca las cejas y resopla para teatralizar la dificultad del caso. A continuación, espeta al nuevo cliente:

Tendrá usted que dejarme ahora un depósito de 600 euros como provisión de fondos le soltó de sopetón. Puede que sea suficiente, aunque de momento no le aseguro nada. Tráigame cuanto antes, hoy mismo, todo lo demás y deje el asunto en mis manos. Haremos lo que podamos. ¿Ha llamado usted a la policía? No lo haga. No sea que nos desbaraten toda la investigación. Intentaremos solucionar el asunto a nuestra manera. Llamaré a mi socio para que empiece la búsqueda de inmediato. Confíe en nosotros. En cuanto sepa algo, me pondré en contacto con usted.

Nada más salir el cliente, Elías coge el teléfono y marca un número.

—¿Ceferino? Oye, habla con nuestro Papá Noel. Dile que todo ha ido sobre ruedas, que aguante en el refugio y que en un par de días lo tenemos solucionado. Sí, sí. Ya vino su jefe. Todo bien. Sin problema. Ha tragado el anzuelo. Ya ha soltado la pasta. Sí. Como siempre en estos casos, dale un par de leches en la jeta para que parezca que le han atizado de verdad los secuestradores. Tampoco te pases, ¿eh? Sí. Dime. ¿Cómo? ¿Que nuestro «secuestrado» quiere que en vez de sacudirle le pintemos un moratón con colorete de L’Oréal y que pide el cincuenta por ciento? ¡Será mamón, el tío! Bueno, dile que ya hablaremos. Venga, lo dicho. Hasta pasado mañana.