Trayecto

Oscuro, casi negro



Recorro los trescientos metros hasta el bar de María Chen, un trayecto de barrio: un Masymás al lado; doblo la esquina; Tauleta, comidas para llevar; el bar Tomás, jubilados mirando el jean ajustado de Paloma; una tienda china, Wha Sing Ton (en serio); farmacia 24-7 en verde bilis; cruzo la plaza del olivo, el JM marisquería con menú a doce euros; un Wash and Dry, que huele a jabón de Marsella, y llego a la casa de apuestas de la esquina que parece un puticlub con neones y puertas cerradas. Al lado veo la cabeza de Chen por la pequeña ventana con mostrador que da a la terraza. Hoy sábado, llenas las cuatro mesas rojas. Todos nos conocemos y se habla de una mesa a otra. Se grita porque son las nueve y muchos llevan más de diez latas de cerveza. Julián ya casi no puede hablar. Pide otro tercio Damm y, como los profesionales, mete el dedo en la botella y hace un ¡plop! antes de beber. Charly se levanta a las cuatro para coger el taxi y ya se va. Me siento con ellos. Al lado un grupo liderado por Roberto, el matón, habla de comprar un gramo y llaman al dealer de la zona, que viene poco desde que se murió su perra. Cuando llega con la farlopa, mitad coca mitad anfeta, Roberto se va al baño y se inicia una procesión terraza-baño como si fueran a confesarse y a recibir la hostia. Chen ni mira, son clientes habituales. Además, la mierda esa hace que aguanten más alcohol más tiempo. Sigue la fiesta y me pregunto qué hago yo allí. Quizás los años de turno de oficio en la cárcel de Picassent II han hecho que me caiga mejor esta gente que los que viven blindados por sus cargos y cuentas corrientes y no saben lo que significa esperar con ansia el fin de mes para cobrar una pensión de subsistencia. En un país donde la derecha socialista se mantiene en el poder con el apoyo de las derechas independentistas nada puede cambiar. Vuelvo a casa. En la parada del autobús, anuncios de Carolina Herrera y viajes al Caribe.



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