Toni, dice si se le pregunta cómo se llama. Alto, delgado, tostado por el sol, incluso en invierno, o moreno por naturaleza.
Al abrir la puerta del café, la llena y cualquiera se percata de que ha entrado. Toni es contrabandista o estraperlista de oficio y, al tiempo, macarra. Sí, sí macarra. De todos modos, es un personaje agradable y nada violento. Uno se hace cruces de que con esos oficios aún sea persona, diría un moralista.
Con la camisa desbocada y sin abotonar deja entrever un pecho musculoso, peludo y, al tiempo, huesudo, en el que se abriga una cadena fina con una medalla redonda de oro. La virgen, fijo. Toni gusta de camisas lisas, blancas e incluso rosas. Sobre su piel curtida, los colores claros resaltan las formas esbeltas de su figura. Se enfunda las piernas en unos tejanos que casi se diría que le alargan las piernas. La pernera termina en pata de elefante; cosas de la moda. Alrededor del cuello, otra cadena de oro de la que nada pende, recia, brillante, en un trenzado masculino que luce sin ostentación ninguna pero que, en realidad, es ostentosa. En la muñeca izquierda un reloj de oro, por supuesto, y en la derecha una pulsera trenzada al estilo de la cadena de la pechera.
Acude al bar de vez en cuando. Nunca le falta alguno para conversar o se añade al grupo de parroquianos de siempre. Acostumbra a aparecer por las tardes con la melena aparentemente despeinada, pero en su sitio. Siempre huele bien; a colonia que parece que se haya acabado de frotar por aquí y por allá.
Toni se dedica a la venta y compra de oro en Andorra; o sea, al contrabando de oro. Así que lo luce en carne propia porque, sencillamente, le gusta y lo promueve.
Su mirada es directa, a veces risueña, a veces penetrante, inquietantemente inquisitiva si quiere o lo requiere. Fría en el negocio, seguro. Sus ojos son tremendamente azules; se enmarcan en un rostro anguloso de proporciones clásicas.
No se avergüenza de ejercer de macarra. Dice que vive del oro y de las mujeres. Que ellas trabajan para él, pero también reciben de él lo que les corresponde y la protección necesaria para ese oficio tan antiguo como los tiempos. Tiene una preferida que es la suya, aunque no está relevada del trabajo. Toni es un hombre peculiar. Sabe de la vida más de lo que muchos imaginan, aunque poco cuenta.
De conversación fácil acerca del saber vivir y con una visión muy personal de las cosas, Toni es apreciado por el corrillo ya que alarga la tarde entre discusiones y aquí te digo y allí te desdigo esto o aquello. Si se hace tarde y le apetece seguir en compañía dice: Me voy a cenar a la Cleo. ¿Quién se viene conmigo?, invito yo. Y en estos tiempos que corren, los tertulianos se apuntan a la cena que les cae como agua de mayo.
El bar de la Cleo está cerca y marchan juntos. Comida sencilla y casera. Pero caliente.
Dejemos claro que Toni no invita a todo el mundo, siempre espera al momento justo en que quedan aquellos en los que él confía y que sabe que incluso los puede invitar a ver cine porno en su minúsculo pero modernísimo loft. Los parroquianos le han puesto un mote: Toni, el gitano. ¿Es un mote o es que lo es?