Teodora, emperatriz de Bizancio

Ultramarinos y coloniales

Siglo VI de nuestra era. Imperio Bizantino. Teodora, de origen plebeyo y dudosa reputación, fue la esposa de Justiniano. Se dice que tuvo una vida disoluta antes de su matrimonio con el emperador bizantino.

De pasado farandulero, artista circense, pertenecía al grupo profesional de las “cortesanas” que acompañaban a los cómicos, enseñando sus partes y provocando a los espectadores, con los que después solía tener trato carnal.

Justiniano se encaprichó de ella, enamorándose hasta las trancas, y tuvo que cambiar la ley para poderse casar con una prostituta, permitiendo al resto de la población la posibilidad de hacer lo mismo.

(Haciendo un inciso, y como dato curioso, señalar que Teodora es considerada santa por la Iglesia ortodoxa y su santo se celebra el 14 de noviembre).

Una vez que esta dama llegó al poder, logró introducir cambios legislativos que favorecían a las clases populares, sobre todo a la mujer, como por ejemplo la primera ley del aborto, despenalizó el divorcio y la bigamia, permitió la prostitución siempre que no fuera algo obligado por terceras personas. De hecho, los violadores eran condenados a muerte. Todos esos cambios se recogen en el Corpus Iuris Civilis o Código de Justiniano, compendio de leyes romanas tradicionales y de su época.

Procopio de Cesarea era el historiador fundamental de este momento, a quien se atribuye una Historia secreta donde pone a caldo al emperador y a su señora, a la que tilda de ninfómana y pervertida sexual. El grado de objetividad del historiador está puesto en duda:

Pero tan pronto como llegó a la adolescencia, y estaba ya preparada para el mundo, su madre la puso en el escenario. Inmediatamente se hizo cortesana, de la clase llamada infantería tal cual los antiguos griegos solían llamar a una mujer común, pues ella no tocaba la flauta o el arpa, ni entrenaba siquiera para bailar, sino que sólo entregaba su juventud a cualquier persona con que se encontrara, en total abandono.

En materia de placer nunca fue derrotada. A menudo iba a merendar al campo con diez hombres o más, en la flor de su fuerza y virilidad, y retozaba con todos ellos, durante toda la noche. Cuando se cansaba del deporte, se acercaba a sus criados, treinta quizá en número, y luchaba en duelo con cada uno de ellos; e incluso ni así encontraba alivio alguno a su deseo. Una vez, visitando la casa de un caballero ilustre, dicen que se situó en el extremo más alto de su triclinio, alzó el frontal de su vestido, sin rubor, y así enseñó negligentemente su impudicia. Y aunque abría de par en par tres puertas a los embajadores de Cupido, se lamentaba de que la naturaleza no había abierto semejantemente los estrechos de su pecho, para que pudiera allí haber ideado otra recepción a sus emisarios. (…)

Pero cuando regresó a Constantinopla, Justiniano se enamoró apasionadamente de ella. Al principio la mantuvo sólo como su amante, aunque la elevó a rango patricio. A través de él Teodora pudo inmediatamente adquirir un perverso poder y unas muy grandes riquezas. Le parecía ella la cosa más dulce del mundo, y como todos los amantes, deseaba agradar a su amor con todo posible favor y regalarla con toda su riqueza. La extravagancia añadió combustible a las llamas de la pasión. Con la ayuda de ella para gastar el dinero saqueó al pueblo más que nunca, no sólo en la capital, sino a lo largo del Imperio Romano.

Procopio de Cesarea, Historia secreta, Segunda parte, cap IX.