A Sigfrido le gusta perderse entre las veredas, entre los caminos del monte, entre las cuestas, en los altozanos, en los prados ralos de las cimas…
Se conoce al dedillo un perímetro que le proporciona plantas, frutos del bosque, leña para la lumbre… Cada día trae de su paseo un regalo que le ha hecho el bosque.
Vive en un refugio, en el monte, porque así recuerda la época de su vida en la que fue pastor.
Es un hombre conocedor de la vegetación de la zona que habita. Recoge plantas medicinales que hábilmente clasifica en ramilletes bajo la techumbre de su refugio.
Cuida un par de cabras que le proporcionan leche y fabrica un queso que es muy apreciado. Tiene un par de panales cerca de un hayedo que le suministran buena miel para el consumo y la venta. Los cambia por pan, huevos de gallina…
No le gusta el contacto con la gente. Sigfrido es solitario, de pocas palabras. Nunca tuvo mujer y casi podría decirse que ni la desea, ni nunca la deseó.
Dicen en el pueblo y los de la alquería que habla con el viento. De silbido en silbido se hace a la idea que este no miente. Él nunca engaña al viento.
Tampoco le pide conversación cada día. Se conforma. Si silba de día prefiere acercarse al corralón entre los dos cerros para escuchar mejor sus susurros, alaridos y cantares y así poder corresponder mejor a su relato. Si es de noche, Sigfrido se aquieta en el camastro interrogando al silencio a través del sonido de las ráfagas del viento que se entrecorta entre las ramas de los árboles y se restriega en la techumbre de su morada, ese viento que aúlla feroz doblando las aristas de los muros de su guarida.
Para cada ocasión tiene una respuesta y una brisa dulce acaricia su rostro en señal de placer por parte del viento.
Alguna vez, alguien del pueblo o de las alquerías cercanas se atreve a visitarle para pedirle consejo contra alguna dolencia. Sigfrido nunca se niega a atenderle aunque le moleste la visita. Que si hierba de San Juan, que si tomillo, que si romero, que si regaliz, que si eucalipto, en infusión, cataplasma, en vahos, en masaje de alcohol macerado…, que si ruda para las mujeres en ciertas ocasiones…
Si la visita tiene posibles le traen algo que saben que él aprecia para su sustento, si no él nunca reclama nada.
Últimamente un pastor joven lleva a pacer a las ovejas cerca de su refugio. Otro solitario como él, piensa Sigfrido. Pero pronto se da cuenta de que el joven tiene mujer y le gusta conversar.
Sigfrido se pregunta cómo será la vida de ese modo y, sin ningún remilgo, le pide al joven pastor que lo invite un día a visitar su hogar.
Sigfrido quiere saber cómo han cambiado las cosas. Y si todavía está a tiempo.