A razón de un correo electrónico que me remite un escritor bonaerense, en el que me cuenta que tengo buena mano para los diálogos entre argentinos, les diré que agarro la bandera albiceleste cuando ésta salta a cualquier cancha a jugar a fútbol contra quien sea. Gran parte de la culpa de este sentimiento y de la habilidad que mi colega elogia, la tienen algunos extractos de mi niñez: días en casa de don Antonio, con Zulma, Dani, Ñito, Ana y las nenas. Y de esas jornadas recuerdo conversaciones en las que el niño que yo fui escuchaba admirado hablar a los mayores. Recuerdo bien el olor de las brasas y la ternera. Y solo un punto de unanimidad: Maradona. Siempre Maradona.
Treinta años después me va a resultar difícil no meterme en un charco al abordar la figura del Diez como lo voy a hacer. Vaya por delante que no acostumbro a hablar de fútbol en público, porque me gusta hacerlo sin remera, en topless. Y figúrense, mi mujer no me deja hablar de fútbol con otras mujeres. A los hombres con los que podría hablar a pecho descubierto, no les gusta el fútbol. Y a los que sí, que son bien pocos, mi mujer tampoco me deja hablar con ellos; sabe que soy muy enamoradizo.
Yo vengo a decirles que Messi no es Maradona. Eso ya lo sabemos, me dirán ustedes. Pues bien, yo les digo que Messi no es mejor futbolista de lo que era Maradona, con todos los goles que marque y por más que se empeñe la prensa en darnos datos de ellos. El motivo principal en el que baso mi opinión es el del reglamento, y creo que con él queda zanjada la posibilidad de comparar a ambos genios. A los quince minutos de juego, Maradona ya había sufrido al menos tres entradas que, hoy en día, serían de roja directa, y entonces ninguna falta en el inicio del partido, por criminal que fuera, se saldaba siquiera con amarilla. A Maradona se turnaban para pegarle, sí, sí, tal como suena, como en las películas de la mafia: ante la amenaza aparecía un tipo malvado entre una nube de tipos igual de malvados y soltaba un palo; libre directo y ya está. El juego de Maradona hizo que se replanteara el reglamento y se sancionara, ya no sólo la violencia, sino la reiteración de las faltas. Por lo que, en cierto modo, Leo le debe a Diego la posibilidad de explayar su fútbol sin que cada vez que toca una pelota le pongan un coche bomba (espero no ir a la cárcel por este comentario).
Messi no es Maradona, porque a Maradona no le hicieron firmar en una servilleta a los catorce años ni lo tuvieron entre algodones; a Diego le falseaban la edad y lo sacaban a jugar a campos de tercera en los que lo cosían a patadas. Y puede que alguno quiera hablarme de la coca. ¿Qué quieren que les diga? Trapichear con la Camorra no es diferente de aceptar un bolo subvencionado por el gobierno de Qatar.
Messi no es Maradona, aunque Eduardo Sacheri le escriba un cuento para él. Qué lindo cuento Eduardo, el de Diego, digo. Y por todo lo que ese cuento muestra, siempre pensé que Diego Armando Maradona, de alguna manera, representaba a todo un pueblo, y puede que a todo un mundo, o al menos a parte de él; a los que estamos solos, a los que somos pobres, con nuestros defectos y miserias. Y, del mismo modo abstracto, me parece que Lionel Messi representa a todo un sistema, también con sus defectos y miserias, claro.
Messi no es Maradona porque los maradonianos somos monoteístas. Y porque no marcó los goles del cuento de Sacheri. Ni el del Bernabéu. No lo es, y si no que le pregunten a Sandokán. No, porque no tocó aquella pelota imposible que fue a parar a la escuadra de la Juve. Ni le aflojó la vejiga a Gatti, por bocazas. Leo no es Diego por el entorno, los equipos de Diego eran Maradona y diez más. Diego jugaba en todo el campo, salía de todos lados, regresaba, iba al choque, robaba y hasta hacía faltas. Las buscaba siempre al espacio y le pegaban mucho sin balón. Pero cuando lo tenía, daba igual dónde estuviera ni que el camino elegido pasara por una recorrida memorable; la jugada de todos los tiempos, diría Morales.
Messi no es Maradona por las circunstancias que Diego le daba a cada bola, no la pausa necesaria ni la que la partida precisaba, sino la que él quería, la que a él le venía en gana. Por los caños de taco, las gambetas, los arranques, los amagos, lo mismo da desde cero que en carrera. Lo podías ver bajar y pedírsela al cierre para armarla. Durmiéndola en tres cuartos, mandando, y abriendo el juego. Yendo a la banda a forzar el dos para uno. O aparecer por el centro, de cara, para recibir y pisar área. A fin de cuentas, en todas partes, ahí jugaba Diego.
Que cada uno piense lo que quiera. Para mí Messi es fantástico, no hay duda. Muy grande, colosal. Puede que el más determinante… Pero disculpen que insista, no es Maradona.