No solo de romanos vive Roma. Otra modalidad de ocupante es el matrimonio castellano tipo «vamos Marta a Roma a pasar cuatro días». Los prototipos son invariables. Ella, o sea Marta, aunque podría ser Belén o Leoncia de haber triunfado la opinión de una madrina del padre, peina —poco— cola de caballo muy de ir de viaje. Los pendientes de la perla delatan la españolidad de Marta (que definitivamente no es Leoncia). Hay una variante, el «tú y yo», que es perla con brillante. Iñaqui-Ignacio no ha podido llegar tan allá. Porque él se llama con tal nombre que, pareciendo redundancia, es una concesión de las partes. Iñaqui desafía los límites abertzales e Ignacio es más fiable. Como Zoco, el chico de la cantante María Ostiz, toda una virtud. Ignacio ha pedido spaghetti para alardear de hombre de mundo. Ella, sopa, que es más de romería. Él ha empezado con entusiasmo, para alardear de hábil instrumentalista. El primer envite ha sido un fracaso: ni un spaghetto ha quedado prendido. Ni al segundo intento. Ni al tercero. El amor de Marta ha sido puesto a prueba: ni una sonrisa (para sus adentros: si lo de esta noche funciona se llamará Pedro). El paso siguiente ya ha sido más descompuesto: cuchillo y que no se mueva nadie. Cuando las cosas se tuercen, más vale la desbandada. Tenedor acompañado de cuchillo y salga el sol por Antequera. No solo de romanos vive Roma.
Fotografías subrepticias del autor