Reclamaciones post-navideñas

Zoom impertinente

Ya se pueden enfadar lo que quieran. Que griten. Que lloren. Que se lamenten con voz estentórea. Que presenten a la Autoridad la lista completa de sus reclamaciones.

Bien sabe Dios —y resulta incongruente que ponga a mi Patrón por testigo— que acepté el trabajo con ilusión y con muchas ganas. Y no tengo la menor duda de que lo hice muy bien. Así que no me importa que griten y protesten.

Yo no tengo la culpa de que el consumismo exacerbado de estas fechas les haya desbordado y tuvieran que contratarme a toda prisa sin guía ni normas concretas, solo con las pautas generales de la Navidad: Amor, Paz y deseos de felicidad.

¡Que me hubieran avisado que hablaban de una felicidad de supermercado empaquetada en papel de colores con un buen lazo! Yo creía que se referían a los anhelos profundos, a los sueños que se arrastran desde la niñez, a la felicidad que no tiene fecha de caducidad. Y ahora me dicen que se trataba de recorrer las calles iluminadas y llenar las alforjas de regalos en comercios abarrotados que se forran con nuestro trabajo.

Los oigo gritar. No necesito que me diga el Jefe que están sufriendo, que están desesperados, que me repita que mi trabajo fue un desastre.

¿Qué hubieran hecho ustedes en mi lugar con el alto ejecutivo? Todo el día lamentándose que el negocio le chupaba la vida. Anhelando, día tras día, tener tiempo libre, mucho tiempo, para dedicarse a contemplar el cielo y las estrellas. Y díganme ustedes. ¿Tiene derecho a gritar y reclamar ahora que una catástrofe bursátil ha hundido sus empresas? ¿Cómo puede amenazar con suicidarse si está punto de alcanzar su sueño? Que siga gritando. Yo, me hago el sordo.

Y qué me dicen del otro, el que deseaba el amor de su vida, y le agüé la boda porque a quien realmente amaba no era a la novia ¡sino al padrino!

Y del joven que ansiaba viajar sin tiempo y sin rumbo y, al disfrutar de su regalo, en el primer lugar que aterriza se muere de angustia echando de menos a la familia, los amigos, a todo aquello que tanto quería perder de vista. SÍ que llore. Yo, me hago el sordo.

Y el escritor….

No se asusten, no me voy a extender en más casos. Sería interminable. Solo hay que oír los gritos que claman al cielo.

De lo único que me arrepiento es de no haber incorporado, junto a mis regalos, un pequeño lote conteniendo un poco de sabiduría, algo de inteligencia, pero eso no estaba en las instrucciones que me pasaron.

Solo una cosa más. Le he dicho al Patrón que, si considera que no me gané el sueldo, que no me lo pague, pero que vaya haciendo correr la voz de que tengan cuidado con los deseos que piden, que a veces se cumplen.