Plan 75. Una distopía

Los lunes, día del espectador

Chieko Baisho, en un fotograma de Plan 75, film de Chie Hayakawa (2022).


La tercera edad y la protección de los jubilados es una temática moderna propia de la cultura occidental y del Estado de bienestar, una conquista del siglo XX. Sorprende por ello contemplar cómo en otras culturas la llegada de cierta edad por envejecimiento era un momento de transitar hacia otra dimensión dentro del ciclo eterno de renovación de la naturaleza, al ser el anciano una carga insoportable por no poderse valer por sí mismo, ni seguir trabajando. Así se muestra, de pasada, en una curiosa mirada antropológica de los esquimales en una obra clásica The savage innocents (Los dientes del diablo, 1960) (Nicholas Ray) y como tema central de la película en Narayama Bushi-ko, especialmente en la versión de Imamura (La balada de Narayama, 1983), donde el eje central de la película consiste en el viaje a la montaña a la que el hijo de la anciana debe transportarla como carga para que sea devorada por los lobos y retorne bajo otra forma a la naturaleza. El que el hijo deba ser el que asuma la tarea simboliza también la liberación de una carga, pues el viaje es especialmente penoso, iniciático, en el itinerario de la pérdida, y en la simbolización de la muerte. Es un film que aborda la vejez de manera diferente a la de la filmografía de directores como Hiroshi Shimizu, Mikio Naruse y por supuesto Yasujirō Ozu, cuyos personajes ancianos cobran mayor protagonismo dentro de sus tramas que en la mayoría de producciones occidentales de su tiempo.

Una propuesta reciente trasladaría esta temática a una sociedad futura. El film japonés Plan 75 (2022) de la directora Chie Hawakawa se centra en el problema del envejecimiento de la población en Japón, pues el gobierno estima que, a partir de cierta edad, los mayores se convierten en una carga inútil para la sociedad. Como solución novedosa al problema implementa el “Plan 75” que ofrece a los ancianos un acompañamiento logístico y financiero para poner fin a su vida, un programa para morir y así dejar un mundo con menos cargas, más dinero y juventud. A cambio, recibirán unos nueve mil dólares para disfrutar de unas vacaciones o alguna otra actividad placentera a modo de despedida de este mundo y planes “Platino” que incluyen spa y otros lujos. Los adultos mayores que se inscriben reciben llamadas telefónicas de operadores que escuchan sus historias para evitar que se sientan solos, pero también para ayudarlos a resolver dudas y motivarlos a que no se acobarden y cancelen la eutanasia. Actualmente hay ya una herramienta más fría, la aplicación Chai, que anima a suicidarse. Los y las operadoras deben mantener su distancia física y emocional con los ancianos a los que llaman, cosa que los reduce a poco más que un número.

Puede que la trama nos suene distópica, pero está lo suficientemente explicada y razonada como para que no la veamos como algo futuro. La fotografía suave y cálida y la puesta en escena coinciden con la sensibilidad de la historia. Esta sátira social es sensible y, sin embargo, extremadamente inquietante y no es tan futurista o irreal como parece. Presenta con tal realismo el tema que uno llega a dudar que se trate de una película sobre una distopía al estilo de los episodios de Black Mirror, pues encaja perfectamente en el imaginario contemporáneo. Da un giro realista a los escenarios distópicos de las películas de ciencia ficción de la década de 1970 como Cuando el destino nos alcance y La fuga de Logan, y es aún más escalofriante por ello. El eje central del film gira en torno a una anciana, Michi, la actriz habitual de los films de Yamada, Chieko Baisho, que se plantea someterse a este plan de eutanasia ‘voluntaria’ asistida, lo que le hará cruzarse con Hiromu, un reclutador del gobierno, y María, una auxiliar de enfermería filipina con quién estrechará fuertes lazos en poco tiempo.

Nos presenta una sociedad deshumanizada cuya vida va ligada totalmente al trabajo con un gasto excesivo en pensiones, insostenible, al ser los mayores de 65 años el 30% de la población total. Los ancianos mismos dejan de sentirse útiles, si no pueden seguir trabajando, y en muchos casos se sienten solos, sin familia, y con problemas de vivienda. Se crea así una nueva perspectiva económica para la tercera edad: “nuevos nichos de mercado”, nuevas maneras de ganar dinero con la muerte, ya sea con resorts de lujo donde pasar las últimas horas (y que incluyen servicios como una «foto de despedida») o con nuevas y creativas ideas de reciclar las cenizas mortuorias, y profesiones nuevas como la de liquidadora de objetos personales de los fallecidos.

Es un film pausado, sobrio, nada exagerado, ni sórdido, sutil, conmovedor, cargado de humanidad. Pese a ello se ha criticado su falta de mordacidad, una cierta frialdad, un minimalismo antisentimental, típico de los japoneses, y por mostrar una especie de aceptación social del citado programa. Plan 75 es como la evolución de La balada de Narayama, adaptada a otros tiempos, a una sociedad burocrática, egoísta, pragmática e insolidaria, lejos de la visión todavía humana y emotiva de la vejez de los clásicos japoneses Naruse y Ozu.


Plan 75 está guionizada y dirigida por Chie Hayakawa (2022), protagonizada por Chieko Baisho