La ceguera y el punto de vista

Los lunes, día del espectador

Anna Massei haciendo de ciega en Peeping Tom (1960), de Michael Powell.


No es fácil en el terreno de las artes plásticas representar a los ciegos más allá de ilustrar algún versículo bíblico o una alegoría de los demás sentidos, a falta de la vista, como el tacto, ya que las manos son los ojos para el ciego, pues con la ceguera solo se pierde como dice el poema de Milton y recoge Borges “la vana superficie de las cosas”. La literatura, en cambio, lo tiene más fácil, pues a través de las palabras puede representar al ciego no solo visto desde fuera, desde el exterior, sino que, a través del monólogo interior y del estilo libre indirecto, puede ofrecer su punto de vista —no es un chiste, aunque lo utilizaba frecuentemente mi amigo el excelente poeta ciego Pepe Mas—, y todo lo que implica: no solo temores, sino también deseos, recuerdos, imaginación.

En la representación cinematográfica de las personas con discapacidad visual lo más frecuente es que, aunque al ser abordadas desde su vulnerabilidad compartamos su inquietud, angustia y miedo, se adopte un punto de vista exterior. Así se observa en películas de todos los géneros, sean de intriga, de terror, dramáticas, melodramas, románticas, spaghettis western, films de samuráis, thrillers, films de policías y distopías. Cuando se trata de una ciega, esta resulta doblemente vulnerable al ser a la vez mujer, dada su representación generalizada en el cine clásico en thrillers de mujeres con discapacidad que se encuentran en una situación de amenaza o de peligro y no siempre pueden pedir ayuda o tenerla. Y más si se trata de una niña sordomuda en estado semisalvaje, como en El milagro de Ana Sullivan (1962) de Arthur Penn y La historia de Marie Heurtin, (2014) de Jean Pierre-Améris.

No obstante, es de destacar la importancia de los demás sentidos en Ciega obsesión (2001) del estadounidense Robert Malenfant, en la que los efectos visuales nos dan una aproximación de lo que el protagonista «ve» desde su ceguera gracias a los demás sentidos. La potenciación real o presunta de los demás sentidos a veces causa cierto temor en los personajes cuando se encuentran ante un ciego, pues temen ser descubiertos o desenmascarados (como en Peeping Tom,1960,de M. Powell) al poder captar muchos matices con el oído, el tacto, la imaginación y la intuición.

En Hacia la luz (2017) de la japonesa Naomi Kawase se narra una relación entre un fotógrafo que se está quedando ciego y una joven que describe y comenta los filmes para ciegos, una reflexión sobre las imágenes, la mirada, la palabra y la importancia del tacto. Es en cierto modo un film táctil entre la chica de las palabras y el hombre de las imágenes. El tacto adquiere una presencia inusual en relación con los personajes, pero también en relación con la cámara de Kawase, que, a veces, recurre a primeros planos que parecen buscar el contacto con la piel, con los rostros y los objetos.

Algunos filmes van más allá, como Blind (2014), del noruego Eskil Vogt. No es el típico largometraje que hace uso de la discapacidad para exprimir las debilidades de sus personajes y contribuir a la dramatización de la trama, sino que construye imágenes singulares que ilustran las reflexiones de su protagonista, una mujer que en su edad adulta ha perdido la visión y trata de relacionarse de otro modo con la realidad y evitar la pérdida de sus recuerdos. El film muestra su relación con las sensaciones, el contacto, como los planos de manos que buscan objetos a tientas y el silencio y la soledad que acompañan al personaje. Pero va más allá: añade una complejidad narrativa fruto de la escritura de la protagonista, creadora de personajes e historias que utiliza para ejercitar su potencial imaginativo y exorcizar sus miedos. Estas figuras, que parecían imágenes exteriores, pasan a ser ahora figuras interiores creadas por su mente, lo que aporta un novedoso punto de vista que hace que el espectador sea capaz de captar, aun con dificultades, esas impresiones, si bien con la misma incertidumbre con la que lo hace la protagonista.

Algo similar intenta Sightless (2020) del estadounidense Cooper Karl, un thriller de mujer en apuros, que tras sufrir un atraco que la deja ciega se obsesiona con la idea de que el agresor ha vuelto. Pese a ese punto de partida el film se construye desde el punto de vista de la invidente y muestra la manera como percibe su nueva realidad con el resto de los sentidos, sus recuerdos y sus temores paranoicos. Lo que obliga al espectador, como en Blind, a cuestionarse su propia percepción y a replantearse lo que ha visto.

También El hombre ciego que no quería ver Titanic (2021) del finlandés Teemu Nikki lleva hacia límites radicalmente novedosos la perspectiva del personaje principal, Jaakko, un joven ciego con esclerosis múltiple que en un momento de su vida perdió la vista. En efecto, asistimos, con una puesta en escena innovadora, a la vida cotidiana del joven protagonista. Se ven piernas corriendo, haciendo footing, pero es solo una evocación, un sueño recurrente del protagonista. Luego el film se centra en su ubicación en el espacio y en la relación con sus sentidos. Los planos son casi siempre primeros planos de su rostro, de su cuerpo, desde la nuca o de frente, de sus brazos y manos, que sujetan el móvil u otros objetos y de las películas que le gustaban. Todo lo demás, salvo los objetos útiles, no existen como imágenes propiamente dichas, solo son sonidos en off que nos llevan, como al ciego, a que las tengamos que imaginar. Sonidos del móvil, palabras de la cuidadora, a la que no vemos, solo la oímos, y especialmente la voz de una amiga, Sirpa, con la que habla por teléfono diariamente. No es ciega, pero tiene una grave enfermedad y vive lejos, en otra ciudad, a dos paradas de taxi, un recorrido en tren y a otras dos paradas, esto es, a “solo trescientos kilómetros”, dice Jaako. Tiene un llamador de urgencia, pero a veces se le olvida ponérselo, para usar solo en casa, para pedir ayuda al exterior. Las imágenes de las personas, que aparecen al fondo del plano son borrosas, fantasmales, figuras que, por decirlo así, no se ven, tampoco por el espectador, salvo una en el happy end del film que ahora no vamos a desvelar, que se muestra porque sí existe para el protagonista, aunque nunca la ha visto.  

Su aislamiento y vulnerabilidad se van a poner de manifiesto cuando se le cae el móvil al suelo, se lo roban o lo pierde. Pero especialmente cuando decide hacer un viaje solo, sin acompañante, para visitar a su amiga, cuya salud ha empeorado. Cuando el relato entra en el género de los films sobre ciegos en peligro, amenazados, indefensos, la puesta en escena va más allá de los tópicos habituales, pues esta odisea se muestra desde el punto de vista del ciego: nunca hay planos generales, ni sabemos muy bien el espacio en que se encuentra, a los delincuentes solo se les oye y en algún momento aparecen en planos de fondo borrosos. En un momento de silencio y de oscuridad total del plano, el espectador comparte emocionalmente su indefensión, su soledad y su desorientación. Más aun cuando ayudado por el bastón consigue a duras penas salir del almacén —los delincuentes al parecer se han largado— y cae al suelo al volcarse la silla de ruedas. Menos mal que llega un amigo, el verdadero amigo del hombre, sobre todo del ciego…