Patriotismo

Matinales de la Charca

 

Desde que existen bichos sobre la Tierra, existen los patriotas, las patrias y el patriotismo. Patriotismo es el sentimiento y la conducta del patriota: todo ser vivo que ama su patria -el lugar donde nace y/o pace- y que ama estar unido a otros como él.

El patriotismo fue submarino en sus inicios, pues la vida se originó en el medio acuático. Las primeras patriotas fueron unas moléculas que, para sobrellevar la sumersión e impulsadas por un incipiente e inocente amor (apetito por unirse), tuvieron a bien agruparse para formar una gota microscópica: la célula es la primera patria. He ahí las raíces del árbol de la vida y, al mismo tiempo, del patriotismo.

La evolución geológica de la Madre Tierra, con sus rumbosos movimientos tectónicos, ha ido configurando innúmeras patrias (me atrevería a decir que todas ellas de tamaño superior a la primera patria celular ya descrita). Y en lo que atañe a la evolución biológica, y desde una perspectiva estrictamente darwinista, han sido incalculables las especies que han hecho, hacen y harán profesión de fe de su patriotismo.

Habrá quien me reproche, no sin razón, que el patriotismo es cosa exclusivamente humana. Pero entonces me veré impelido a señalar que, como el patriotismo es un apego que no sólo no requiere sino que incluso repugna el concurso de la razón, no veo motivo alguno para considerar que los trilobites, los antílopes, las cigüeñas o las medusas no puedan ser patriotas. Desde sus celulares y náuticos comienzos el patriotismo ha sido rabiosamente irracional. Y tres mil millones de años de evolución –y varias especies animales equipadas con neocórtex–, no parecen haber añadido apenas un átomo de racionalidad a la cuestión, pues el patriotismo sigue siendo un impulso, emoción o sentimiento.

Como el espacio que gentilmente me ofrecen para mis desvaríos es limitado, y además el tiempo y la paciencia de usted lo son en mayor grado si cabe, renunciaré al proyecto –con el que confieso haber comenzado este texto– de redactar, con todo el rigor, extensión y precisión que merece, una Historia Universal de las Patrias, el Patriotismo y los Patriotas, rebosante de juicios apodícticos. Pospuesta tan homérica tarea por los motivos antedichos, me conformaré con añadir tres nuevos párrafos, convenientemente aliñados con ocurrencias para evitar el hundimiento del artículo antes de arribar a puerto.

El patriotismo en los humanos ha sido siempre asunto de grande discusión y mucho acaloramiento. No obstante, uno no es de los que rehúyen una refriega dialéctica sobre la patria si por accidente se ve envuelto en ella; bien es cierto que eso sólo es debido a que mi vagancia natural me impide huir del lugar. Pero también es verdad que mi indolencia me mantiene a salvo de pendencias patrióticas pues me evita argumentar innecesariamente con aquellos semejantes con los que, además de no divertirme, intuyo que no llegaré a acuerdo alguno. En suma, no discuto sobre patriotismo y, por tanto, no pienso escribir más sobre el particular. Aunque a estas alturas, después de seis párrafos elucubrando sobre el tema, esto suene a contradicción flagrante y a cobardía, ambas cosas muy ciertas.

Los argumentos sobre el patriotismo son infinitos. Desde el pensador exuberante hasta el opinante circunspecto, todos tienen algo que decir sobre el asunto, sea a favor, en contra o ambas cosas a un tiempo (que no sólo es posible sino incluso deseable). Mi argumento favorito, por su belleza y por ser irrefutable, es el que Cicerón incluyó en El sueño de Escipión, sexto libro de Sobre la república. Allí, en un inequívoco elogio del patriotismo, Escipión el Africano recomienda a su nieto vivir la «debida piedad, la cual, siendo muy importante respecto a los progenitores y parientes, lo es todavía más respecto a la patria». E inmediatamente después señala que esa conducta es «el camino del cielo», desde donde «la misma Tierra me pareció tan pequeña, que me avergoncé de este imperio nuestro que ocupa casi sólo un punto de ella».

Y es que, desde las alturas, todas las patrias son tan insignificantes como una célula, y batallar por ellas, o porfiar por ser más o menos patriota, debería repugnar a la razón. Quién fuera cigüeña para aérea y despreocupadamente cruzar las fronteras que los humanos hemos trazado tan a lo loco.



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