Hay un pasillo en el que esperan todos
y no hay nadie.
Cuelgan letras
con chinchetas
y pastillas de las paredes ciegas
mudas, suaves
como peces
a seis metros y medio del solado
y a otros tantos
de las tejas
color cielo.
Los paseantes, gigantes atempóreos.
Son los hijos
de Nemrod
en el averno.
Lamen los muros morosos, sin compás
unos de pie
y los demás
cabeza abajo.
Encorvados los viejos invidentes,
uno sobre
otro los más
niños.
Padres hace
tiempo que no
quedan.
Cuando todo quede en tregua, sed telón:
colgad mi relato untado en leche,
pegadle a cada lado un caramelo.
Haced la espera dulce.
Ya es eterna.
Collage: Susana Blasco