Paradoja

Por la orilla

 

—Supón que vemos un planeta habitado. A través de nuestros sofisticados telescopios detectamos vida. Inteligente, mente. Estudiamos sus quehaceres con minuciosidad, hasta creer comprenderlos. Y observamos a unos seres casi mágicos, moviéndose etéreos entre los tentáculos de una superestructura planetaria. De metal bruñido. Y descubrimos que sus vidas difieren sustancialmente de las nuestras. En casi todo.

—Interesante.

—No lo dudes. La enseñanza es impagable. Y más teniendo en cuenta que la enorme distancia en el espacio es proporcional a la que existe en el tiempo.

—A la velocidad de la luz.

—Luz y Fe. Y lo que estamos viendo son sucesos acaecidos hace millones de años. Cuando nuestros australopitecos antepasados aún dudaban en campo abierto. Es fácil que ahora mismo ya no existan. Extintos, de éxito. Y no, ellos nunca nos vieron. Nuestra luz más lejana camina solo un siglo a lo lejos. Jamás tuvieron, ni tendrán, noticia alguna de nosotros. Esta es la paradoja.

»De pronto su extraña civilización desaparece, en meses, ante nuestros ojos, arrasada por una especie de tormenta de espinacas, o electro-cardos… Parecen. Padecen y perecen. Enseguida los sabios de aquí deducen que es un arma. Natural, mente. Y eran dioses. Destruidos. Por procesos inevitables.

—Es larga.

—¿Qué cosa?

—La paradoja.

—Razón no te falta.

 


Más artículos de Fernandez Barredo Raul

Ver todos los artículos de