Paseando por la calle mojada de otoño y de frío, me encontré con Ángel, el Exterminador. Hacía muchísimo que no nos veíamos, desde aquella vez que caminábamos llenos de polvo por la llanura de Jericó y, borrachos, tiramos una valla. Vaya jaleo preparamos. Sonaron truenos, rayos y trompetas. Se armó la de Dios. Le perdí la pista durante años. Supe de él por lo de Egipto, y, ya más tarde, cuando hizo la película. Ahora aquí estamos. Riendo abrazados en la pura alegría, en la grata sorpresa, recordando a borbotones mil anécdotas revividas. Tomamos unos vinos y cantamos. Deletreamos versos imposibles, malos malísimos, y nos pisamos los compases. Dormimos juntos, en el techo de la catedral. Vimos salir y esconderse a la Luna. Luego al Sol, entre las torres agujas que susurran al cielo.
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