Como si el mundo girara hacia atrás, llegamos al 8 de marzo del 22 golpeando las cadenas que ya creíamos rotas.
Las mujeres con nuestra larga y contumaz lucha estamos conquistando derechos y logrando que se nos abran campos que antes nos estaban vedados en la política, en el mundo laboral, en el deporte. Pero siempre que el espacio de las mujeres se ensancha, el machismo se tensa.
Desde hace un tiempo, han aparecido voces cuestionando derechos que ya creíamos conquistados. Voceros políticos que, desde las instituciones, con un discurso grosero y violento, lleno de bulos y mentiras nos agreden y tratan de desprestigiarnos llamándonos “feminazis” y, algo terriblemente peligroso, no solo para nosotras, sino para toda la sociedad, negando la existencia de la violencia machista. Esa lacra que en el 2021 mató a 69 mujeres y que en tan solo los dos primeros meses de este año ha asesinado a cuatro más, dos de ellas de 14 y 17 años.
Esta nueva ofensiva del patriarcado sorprende a los jóvenes en centros escolares de los que han desaparecido casi todas las asignaturas de humanidades, los espacios de reflexión profunda de la vida, del pensamiento crítico, del yo que se está formando. Y aún más, existen familias que influidas por el nuevo discurso anti-feminista se niegan a que sus criaturas reciban en el colegio formación sexual y educación en la igualdad, tachándolo de adoctrinamiento. De este modo, niños de no más de diez años se forman sexualmente explorando en sus dispositivos móviles y consumiendo pornografía que les hacen creer que la violencia es la forma natural de relacionarse sexualmente con las mujeres.
Con este panorama, no es extraño que el 25% de los adolescentes considere que la violencia machista es una invención feminista; y que controlar cómo viste y con quién va la compañera, vigilarla o fiscalizarle el móvil les parezca normal a muchos chicos que apenas ha comenzado a caminar por la vida. «Normal, inherente a la masculinidad» dicen.
Igual que los cachorros de leones que juegan con sus hermanas y comparten con ella la comida hasta que son conscientes de su fuerza, entonces no les permiten que se acerquen a la caza que les ha traído la madre hasta que ellos han terminado.
Y así seguimos tironeando de nuevo las cadenas que creíamos rotas y taponando con todos los medios a nuestro alcance el goteo continuo de agresiones sexuales y asesinatos contra las niñas y las mujeres, puesto que nada detiene a los homicidas, a pesar de que saben que serán detenidos, excepto aquellos que se suicidan después —no tienen la valentía de hacerlo antes— de matar a sus compañeras.
Nada detiene a los asesinos porque se sienten superiores, dueños de sus víctimas, y para neutralizar el monstruo e impedir el crimen, solo hay un camino. Educar en la igualdad. Hacer imposible el instante en el que el agresor aparece.