Misericordia

Oscuro, casi negro


Una gaviota se lleva una rata muerta y del pico cuelga un rabo negro como la miseria. Camino hacia el bar de Lili en un día húmedo y gris y cae lo que en el norte llaman orballo. Es como estar dentro de una nube helada. 

La terraza está vacía y dentro se oye el ruido de las tragaperras y de las madres que esperan la salida de la escoleta con cafés y cervezas o lo que sea que las anime. Paco El Sueco está en la barra con Cabezacuero que vive en el espacio del antiguo garito de la portería de una finca en ruinas y siempre va limpio porque se ducha en el hospital cuando va a ver a su padre, que tiene para rato. O ya menos, porque ni el respirador le ayuda demasiado. 

Verónica lía cigarros de tabaco de pipa a uno cincuenta el paquete con una maquinita y los va metiendo en una pitillera de aluminio casi sin dibujo. Beben litronas de Aguila y chupitos de tequila o de crema de arroz con canela. Me siento con ella y tomo café solo con anís del Mono. Vero siempre se alegra de verme, estudió en el Loreto y es de familia bien. Iba para diseñadora y un ácido lisérgico se cruzó en su camino a los dieciséis años. Diagnóstico de trastorno de esquizofrenia bipolar y a partir de ahí una vida a costa de sus padres que la siguen cuidando a sus cincuenta años.

Ni Vero ni El Sueco cobran pensión o ayudas, viven en una casa propiedad de la hermana del Sueco y el dinero lo sacan de lo que les da la familia y de pedir por la calle. Tienen sus itinerarios y sus días y con la pinta de artistas caídos en desgracia y la labia que tienen pueden sacar hasta cien pavos diarios. Acuden a Lili día sí y día no porque si salen no tienen ningún control. Fuman y beben sin parar hasta que El Sueco ya no aguanta en pie y golpea la mesa mientras grita ¡Guapaaaa! y ¡Arriba España! y Chuan, el dueño del bar, se mosquea y le grita en mandarín, lo que desconcierta al Sueco y se sienta en silencio. 

Vero lía un porro de un cogollo que lleva en una servilleta y el humo de la hierba dulcifica el ambiente. Piden otra litrona y yo sigo con otra copa con ellos. Me cuentan que, a Denis, el loco, lo mataron hace unos días en el parque grande, al lado de la pista de básquet. Le clavaron un destornillador en el pecho. Siempre hay alguien más loco que tú por estos barrios. La opinión general es que se pasaba con la coca y debía mucha pasta. Opinión de expertos, un baño de realidad que los pone serios por un rato. Cabezacuero era su amigo y le llora sinceramente. Su nombre viene de las variadas cicatrices que surcan su cráneo moreno y rapado de las veces que se ha caído al suelo harto de cazalla.

Hay que ir al estanco, no quedan filtros. Vero dice que de paso le pide fiado a la gitana del bloque rojo veinte euros de farlopa, que lo necesita. El Sueco está en su rollo y oye Camino Soria en su móvil. Cabezacuero la acompaña a ver si le cae algo. Él también pide por la calle por las terrazas de los bares a los guiris que pasan hacia la cercana Ciudad de las Ciencias y le dan monedas como pagando un ticket de paso. Me quedo pensando en Misericordia de Galdós y en el Madrid de principios de siglo XX, tan parecido a este presente que no llego a apreciar la diferencia. Cuando los veo volver con una sonrisa sé que los dignos de misericordia van a tener un día feliz. Pago lo mío y la última litrona y, en el camino a casa, los graznidos de las gaviotas suenan como risas que me hielan los huesos.


Más artículos de Reig Lukas

Ver todos los artículos de