Mi aventura en Jorge Juan

Nadie me conoce

La conocí un domingo por la tarde, saliendo de una coctelería en Valencia. Me dijo que se llamaba Bárbara, que tenía cincuenta y dos tacos y pasaba de justificarse, que estaba hasta las tetas de soportar miradas despectivas, que sabía que tenía algunas canas, pero que ella se sentía de treinta y cinco y que si no me gustaba la idea de flirtear con una cincuentona podía seguir mi camino. «Soy profesora de Antropología Cultural en la Universidad Católica de Valencia. ¿Te suena?», me preguntó. Y a mí, la verdad no me sonaba de nada, pero soy de buen trato y decidí simular que lo sabía, para no perder la oportunidad. Lo de la Antropología me sonaba a chino, pero lo de follarme a una catedrática católica me venía muy bien. 

Bárbara me sugirió una noche de diversión y whisky en su piso de Jorge Juan, que es donde viven los pijos de Valencia. Su marido, insistió, estaba en un congreso de geotermia en Islandia. Bonita isla, le dije. Interesante su trabajo, también. Así que cuando me garantizó que estaríamos solos, me lancé a por la potra. Me gusta el whisky escocés (si me lo dan) y, en principio, tampoco le hago ascos a una antropóloga cultural aburrida, aunque, como en este caso, resultara un poco seca y pequeñita para mi gusto. Aun así, la cosa pintaba bien: Bárbara olía a perfume caro y me apetecía conocer por dentro los pisos de Jorge Juan.  

Caminamos hasta el portal de su casa. Íbamos charlando y dándonos la razón mutuamente, y no negaré que prestó atención cuando le dije que escribía mis aventuras en La Charca Literaria, una publicación virtual con más de tres mil lectores semanales… «¡Ah! ¡La Charca Literaria! Bonito nombre para una publicación sin apenas proyección pública ni soporte material», exclamó entre risotadas. Sí, señora, somos virtuales, le respondí con humildad. Y como somos pobres y no tenemos padrinos no podemos editar en papel, ni hacernos publicidad, le contesté. «No pasa nada —apuntó—. Yo también publico en un blog personal y en la web de la facultad… pero aparte escribo para periódicos locales, prensa nacional y revistas especializadas de carácter universitario. Soy autora, además, de varios libros sobre costumbres ancestrales, matrimonios de conveniencia, sexualidad balcánica, economía de subsistencia en los pueblos de Teruel y una multitud de aspectos curiosos del comportamiento humano, del cual nada me es ajeno. Me interesa incluso esa dimensión tuya de escritor aficionado… ¿Por qué escribes? ¿Y para qué lo haces en esa publicación sin futuro?».

Me apeteció contestarle alguna impertinencia, pero la intención de llevármela a la cama prevaleció, así que esperé tenerla a tiro y después, si era necesario, poner los puntos sobre las íes. Me sirvió un primer whisky y puso algo de música suave antes de rebajar la intensidad de la luz en aquella especie de guardamuebles que era el salón de su casa. Había una chaise longue estampada en floripondios, algunos sillones de cuero beige y sillas de patas retorcidas, alfombras cubistas, máscaras africanas en las paredes, pesados cortinajes de cretona, una mesita de mármol con un ajedrez encastado, un secreter con cajones de marquetería, ceniceros de piedra y vidrio, estanterías repletas de libros y revistas en orden inarmónico, un piano de pared que dejaba ver sus dientes amarillentos y cuadros con paisajes de la Albufera y fotografías de volcanes. Sentados en un mismo sofá pudimos ver nuestras imágenes reflejadas en un enorme espejo de pared, enmarcado en una cornucopia dorada… «Así que escritor aficionado… —continuó la puta—. ¿Y quién te conoce?»

Pues no me conoce nadie, le aclaré con hartazgo. ¡Pero a ti te va a conocer todo el mundo! Mañana mismo saldrás en La Charca Literaria, esa revista sin proyección social y sin futuro. Me levanté del sofá, apuré el whisky y la dejé con un palmo de narices. 

Y ahora prosigo y concluyo: la señora Bárbara de la Fuente (me parece que se llama así), vive en la calle Jorge Juan 28 (creo que era el tercero B) y es profesora de Antropología Cultural en la Universidad Católica de Valencia. Parece ser que tiene un blog virtual y un marido idiota, que se va de congreso mientras su mujer se prodiga con desconocidos. Es autora de libros de su especialidad (algo sobre la sexualidad de los turolenses y tal), y desprecia a quienes cree que no están a su altura, que es más bien baja. De hecho, no supera el metro sesenta, y soporta con dificultad el torbellino de sensaciones, emociones y sucesos que le acontecen en su etapa actual de cincuentona, así como la mirada social poco empática que experimenta cada vez que sale a la calle. ¡Ahí queda eso!