Nadie me conoce, solo me reconocen. Ese redoble paradójico, pues parece que me conocen dos veces, por fuera, al verme, y por dentro, al intuirme, me da la tranquilidad de saber que al reconocerme saben más de mí que yo misma, que solo me conozco por dentro: sé cómo destruirme.
Nadie me conoce pues, si lo hicieran como yo sí me conozco, no tendrían interés alguno en recordar características de mi marca personal, pues ya las tendrían interiorizadas y en ellos no suscitaría la alegría de haber logrado confirmar una percepción, una intuición o un recuerdo.
Pues en este trípode conceptual reside el jolgorio, las endorfinas de animal social: reconocer a otro es resultar premiado pues parecen confirmarse percepciones sensoriales, intuiciones del sexto sentido o muestras de la vívida memoria que cree tener cada uno.
Reconozco yo también a los demás, no los conozco, la distancia insalvable es recíproca. Seguiré contando.