Los Cinco Bloques

Charnego de mierda

 

¡Charnego de mierda! A diferencia de los charnegos normales, a mí el adjetivo acaba de completarme y sobre todo define mi posición dentro de la sociedad catalana. Hay que aclarar que actualmente charnego, a secas, ya no es un insulto, ha perdido toda su carga peyorativa. Ilustres personalidades como Serrat, Pascual Maragall e incluso Josep Lluís Carod-Rovira se definen como charnegos. Tenemos charnegos mediáticos, escritores de renombre, cineastas, e incluso independentistas que, como maravillosamente definió en su día Guillem Martínez, «no son parientes de nadie, ni han estudiado con nadie».

En mi caso el adjetivo me define mejor, me posiciona. Me considero en primer lugar un mal catalán, pero también un pésimo español. Ni siquiera un buen ciudadano. Tengo que reducir el ámbito municipal al de los barrios para considerarme un ciudadano que, lejos de ser un ejemplo para nadie, se comporta aceptablemente.

Mi charneguismo de mierda se gestó en la Verneda. En la parte mala del barrio, aquella de la que renegaba la propia gente de la Verneda. Un gueto dentro de un gueto. La frontera la establecía la calle Prim por el Oeste, el río Besós por el Este, una vía de tren por el norte y la autopista por el sur. Aislados, no nos sentíamos parte de nada. Cuando alguien del barrio cogía el metro para ir al centro a comprar, o a lo que fuera, decía que iba a Barcelona.

—Vamos a Barcelona, al Corte Inglés, ¿te apuntas?

Y podías apuntarte o no, aunque si el destino era El Corte Inglés sabías que bien, bien, a comprar no ibas…

Entonces, ¿dónde coño estábamos? En San Adrián no, eso quedaba después del polígono industrial, pero en Barcelona tampoco. Por no estar ni siquiera estábamos en La Verneda. La gente a ese territorio lo conocía como Los Cinco Bloques. Porque en los 60 se construyeron cinco edificios en medio de la nada. Uno de ellos se hundió a los pocos meses, pero la gente seguía llamando a la zona así, cuando a su alrededor el cemento aluminoso multiplicó los edificios por doquier. Yo nací en el primero de esos bloques y viví más de veinte años en el barrio. Y creo que esa es la causa de que cuando me preguntan sobre el problema catalán, la independencia, etc. se me escape la risa.

Yo no me siento catalán en absoluto, tampoco español. Me siento cerca de los barrios del extrarradio de París, Madrid, Bilbao o de cualquier ciudad dormitorio. Allí estoy como en casa. Conozco los bares, las calles, la suciedad de las aceras, la ropa tendida en los edificios que, a modo de colmenas, asfixian a las familias. Fue a base de pasar mucho tiempo en el centro de Barcelona y dedicarme a dibujar comics, cuando empecé a tomarle afecto a la ciudad. Luego me cambié de barrio, mis padres también y dejé de caer por Los Cinco Bloques.

Hace unos días la fachada del edificio en el que nací salió en un periódico para denunciar esta parte de Barcelona como una de las más olvidadas y con menos inversiones de la ciudad. Por el aspecto también se trata una de las más sucias. Bueno, pues esa es mi patria. Si pudiesen ver la foto, notarían que entre el árbol y la esquina del edificio se formaba la portería y que la columna de atrás servía como canasta improvisada. No sale en la foto pero todavía está el descampado que servía de vertedero en nuestra época (ahora aparcan coches) y del que conseguíamos trozos de yeso que utilizábamos como tiza para pintar entre los coches un campo de béisbol.

Así que ésta es mi postura ante el problema catalán, procés o como quieran llamarlo. En el caso de una hipotética independencia me preocupa dejar de ser un mal español, pero sobre todo dejar de ser un mal europeo. Porque lo que nunca dejaré de ser es un charnego de mierda.